Se conocieron en un after tras sonar las doce campanadas de año nuevo, pero del año anterior. Rafa Marco pensó que como otras veces la suerte de las uvas no iba con él y, despreocupado, salió a pasarlo bien con los amigos y acabó la noche retozando entre las sábanas de la cama de la habitación de un desconocido, sintiendo su polla hincharle el culo hasta lo más profundo y con una relación sexual que a día de hoy, después de un año, siguen conservando. Ni novios, ni pareja, sólo follamigos.
Tenían los roles bien definidos y, aunque follando variaban y mucho en cuanto a posturas y putadas, Abraham Montenegro era el que metía rabo y él el que recibía. Hasta que en uno de estos jueguecitos Rafa le pidió a Abraham que se sentase en la silla y se dejase llevar. Terminó atado entre cordajes rojos (por todas las veces que se había negado en nochevieja a ponerse unos calzoncillos de ese color), con la polla empalmada y la mano de Rafa subiendo y bajando a toda hostia por ella, hinchándole los huevos a punto de sacarle todo el zumo.
Abraham le miró a la cara y vio a un tio desconocido. Aquel no era el Rafa de siempre, estaba descontrolado, salvaje. Supo que aquello no acabaría de otra forma que prestándole su cara para que le metiese la polla hasta la garganta, su culo para que se lo inflase a pollazos, descubriendo el otro lado por el que siempre se había negado a pasar.
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