Con lo celosa que era, la novia de Pablo Hierro decidió contratar para la limpieza del hogar a alguien del género masculino, además alguien de confianza. No se fiaba de ninguna tia y menos que tuviera buenas peras y un culo prominente, para que a su chico no se le fuera la vista y evitar así que, cuando ella no estaba en casa, se la pudiera follar en su propia cama.
La verdad es que qué poco conocía a su chaval, porque de haber sabido que también le molaban los tios, se habría ahorrado el contrato. Tardaría en enterarse, tanto como su amigo al que había metido en la casa pudiera mantener la boca cerrada. Se le veía buen chico a Ricko Star, cumpliendo con su tarea y finalizando con una limpieza a fondo de los cristales cada semana que Pablo siempre disfrutaba desde el sofá, porque le encantaba mirar el culete, el paquete y porque se ponía hiper cachondo cuando limpiaba la parte alta y se le subía la camiseta, dejando a la vista la goma de los calzones y parte del torso.
No fue hasta unas cuantas semanas que Ricko se dio cuenta de esta rutina y un día se le ocurrió mirar, encontrándose con la mirada viciosa de Pablo, que se estaba apretando el pollón debajo de los vaqueros marcando un bulto tremendo. Por eso le siguió el juego, por el premio final que le aguardaba debajo de aquellos pantalones y porque estaba bien bueno, si estaba dispuesto a lamer sus escupitajos en la ventana y a limpiarle las zapas. Y joder, quién iba a decir que tras ese chaval guaperas tan delgadito iba a encontrarse un macho empotrador con una minga tan gorda y larga. Menudo cilindro.