Todos en la comunidad lo saben, que cada mes se elige un culito perfecto para que los dos veteranos presidentes lo hagan suyo. Es el premio al que todos aspiran cuando entran dentro, por eso intentan mantenerlo inmaculado para la ocasión, encerrados con sus mentores que velan por la seguridad de sus ojetes, si bien algún que otro mentor termina sucumbiendo a los enigmas de un culito virgen y rompe las reglas.
Los presidentes Oaks y Nelson lo quieren virgen, quieren sentir el poder de sus pollas abriendo ese primer agujero que va cediendo, arrastrar los rabos por su interior ajustadito y escuchar esos gemidos de entre dolor y gusto que lanzan todas esas putitas desvirgadas que llegan hasta ellos.
La felicidad de Peter Pounder al ser el elegido es inmensa. Bishop Angus es el encargado de llevarlo a la sala presidencial. Es oscura y tiene una mesa en medio, el único objeto que queda dibujado por la luz de una lámpara que hay encima, una mesa llena de arañazos y sobre la que Peter imagina han pasado otros chicos como él que han perdido allí mismo su virginidad y se han dejado también la leche.
Se puso algo nervioso al verlos entrar en la sala, cuando vios sus manos avasallándolos por ambos flancos, deseando quitarle la ropa. Peter miró a su mentor y este le transmitió calma, todo saldría bien. Por cómo le sobaban todo el cuerpo, se sentía deseado. Primero fueron los pectorales y los abdominales y después se animaron a meterle mano por debajo de los calzones.
Lo pusieron a cuatro patas sobre la mesa que quedaba algo más baja que la altura de sus caderas, suponía que perfecta para follarse culos. El suyo se lo abrieron como un melocotón, tirando de la piel de sus gayumbos blancos hacia abajo. Se sintió como una auténtica puta a punto de ser reventada a pollazos. Para su sorpresa fue su mentor el que abrió fuego metiéndole todo el rabo gordo en la boca. Así que así era todo, el mentor, el que había cuidado de su culito virgen en todo momento, era el que tenía el privilegio antes que los presidentes, el que terminaba desvirgándole el culo.
Como lo conocía por haber pasado tanto tiempo juntos y porque le debía tantas cosas, le hizo una mamada que se la puso dura como una piedra, perfecta para partirle después el culo en dos y abrir camino para los presidentes, que polla en mano se ponían cachondos asistiendo al desvirgamiento. Peter pensó que eran unos putos enfermos mentales por hacer eso, pero por otra parte le encantaba. Todavía le quedaba el premio final, rodeado de esos tres veteranos gimiendo como cerdos y soltando los chorrazos de lefa sobre su jeta.