Por las noches me envolvía la cabeza con la almhoada. Estaba harto de escuchar los gritos de mis padres, que no paraban de hablar de lo mal que estábamos económicamente, de que seguramente tendríamos que vender la casa y mudarnos a un piso alquilado que fuera más barato en otra ciudad. Eso significaría perder de vista a mis amigos, nuevo instituto… no podía soportar la idea.
¿Había algo que yo pudiera hacer para aportar económicamente? Es la pregunta que una y otra vez me hacía cada noche en la cama intentando buscar una solución. Como estudiante poco podía aportar y en las fábricas de la ciudad ni en los supermercados aceptaban empleados de una edad tan joven aunque fueran de reponedores. Entonces pensé en el amigo de mi padre, ese que cuando mi padre se iba a por unas cervezas a la cocina antes de colmenzar el partido de los sábados, me ponía una mano sobre la pierna y la iba subiendo hasta que me hacía encontrarme incómodo o hasta que llegaba mi padre.
Los sábados que venía a casa siempre acababa subiendo a mi habitación a cascarme una paja. No podía dejar de pensar en sus manazas grandes pajeando mi polla, sus gruesos dedos introduciéndose dentro de mi culo. Quizá esa fuera la solución, ofrecerme a su amigo para que me desvirgase el culito a cambio de una suma de dinero suficiente como para pagar el resto de la casa.
Cuando se lo conté a mi padre, aparte del enfado al enterarse de lo que hacía su amiguete cuando él no estaba, dijo tajantemente que no. Intenté convencerlo. Si yo estaba conforme y además quería perder la virginidad con ese macho empotrador, ¿qué había de malo en todo aquello? Ayudado por mi madre, accedió a regañadientes. La idea de que su mejor amigo metiese la polla por el ojete a su hijo, no era lo mejor que cualquier padre querría para su hijo.
La situación fue un tanto incómoda el día en el que mi padre condujo a su amigo hasta mi habitación y lo dejó ahí, sabiendo que en unos minutos estaría lefándome la raja del culete y gozando como un animal. Se quedó un rato mientras le sacaba la pedazo verga de la bragueta y se la chupaba, sólo quería estar seguro de que me cuidaba bien. Con el rabo en la boca, le hice un gesto a mi padre indicándole que todo estaba de puta madre y salió rápido para no tener que darle más vueltas a la cabeza.
Hice lo que tenía que hacer. Me desnudé, me puse a cuatro patas sobre la cama y le ofrecí mi culo. Enseguida noté sus manos calentitas arropando mi trasero y comenzó a introducirme los dedos por el ano, primero uno, después otro, después dos a la vez. Nunca le había visto la polla, pero tenía que tenerla muy gruesa si estaba intentando abrirse un hueco cada vez mayor ayudándose con los dedacos.
Joder, qué impresión al notar el cipote acoplándose a mi ojal, no me lo esperaba, porque antes ni había escuchado el sonido del cinturón ni cremalleras bajándose. No voy a mentir, costó que entrase a pesar de las ganas que le tenía, pero mi culito virgen terminó cediendo y aquel macho empezó a encularme gimiendo como un puerco. Aquellas noches de sábado seguro que él se follaba a su mujer pensando en mi culito estrecho.
No pensé que sucedería así, el día en que perdería la virginidad. Había imaginado muchas tonterías, pero jamás se me ocurrió perderla a manos del amigo de mi padre, de todo un hombre curtido en el arte de la follada. No sé si iba incluído en el precio pactado, pero el tio metió la quinta marcha, empezó a petarme el culo como si fuera una taladradora y me metió toda la lefa dentro, así que ya podría contar a mis amigos que en una sola noche perdí la inocencia, me lo hice con alguien veinticinco años mayor que yo, me la metieron a pelo y me preñaron el ojete. Mientras el semen de ese cabrón recorría mis nalgas y resbalaba entre mis muslos, pensé en que al menos la casa ya estaba pagada y allí estaría para poder ver a mis amigos un nuevo día y contárselo.
Nota: Las imágenes, el vídeo y el texto reflejan una obra de ficción. Los actores no tienen ninguna relación de parentesco real.