La relación entre mi padre y yo, más que la de un padre y un hijo, era como la de dos colegas. Quería explicaros esto antes de contaros lo que os voy a contar, más que nada para que entendiérais por qué un buen día acabé con su polla dentro de mi culo gozando como un puto perro con todo su semen resbalando entre mis muslos.
Trabajábamos en la misma empresa, así que nos levantábamos todas las mañanas a la misma hora y prácticamente lo hacíamos todo juntos. Cada uno dormía en una habitación, pero para ahorrar tiempo y agua, los dos nos encontrábamos en el baño a la misma hora para echar el pis mañanero, por lo que ambos nos saludábamos las chorras vertiendo el chorro en el mismo inodoro a la vez, unas veces morcillonas, otras empalmadas y otras flácidas. Yo siempre flipaba con la del tamaño de mi padre y siempre que se la miraba abría los ojos como platos y deseaba tenerla un día como él para poder dar hostiazos con el rabo a todo el que me la chupara.
Después salíamos a correr hasta sudar como pollos. Al volver a casa nos esperaba un circuito de pesas que teníamos preparado en una habitación que era nuestro gym particular y allí nos mazábamos los cuerpos durante media horita, antes de que llegara la hora de ducharnos para ir al trabajo. Y así era nuestra rutina, hasta un día en el que mi padre me estaba ayudando con la barra de pesas y puso su paquete tan cerca de mis napias que el olor a rabo me puso cachondo y no pude evitar desear que me partiera el culo con su mancuerna.
Joder, no sé cómo explicarlo, la cabeza se me fue sola a su entrepierna, puro instinto animal. Cuando quise darme cuenta, tenía las narices y los morros sorteando la forma de su polla y sus huevos por encima de la tela de las bermudas. Mi padre estaba un poco contrariado, pero cuando vio que lo estaba deseando, se sacó el rabo y las pelotas y me las dio a esnifar como un puto guarro.
Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar del olor a polla sudada, del tacto rugoso y peludo de sus cojones frotándose contra mi bigote. Me agarró bien la cabeza y la apretó fuerte contra su pollón, que ya estaba en estado avanzado de empalmamiento. Era lo más puto grande que había visto en mi vida. Siempre acostumbrado a vérsela como mucho morcillona, su miembro me pareció gigantesco.
Se la comí como buenamente pude, porque ni el cipote me cabía en la boca de lo gorda que la tenía. Después me puso de espaldas y noté la barba de mi padre rebozándose contra la raja de mi culo, intentando abrirse camino con la lengua por el interior de mi ojete. Se incorporó y noté algo grande, enorme, entrando por mi agujero, acompañado por unos gemidos que no olvidaré nunca.
Fue extraño cuando me tumbé sobre el banco de pesas y nos miramos cara a cara mientras me follaba. Era como un puto oso, todo el cuerpo lleno de pelos, dándome por el culo. Pero ya no veía en él a mi padre, sino a un madurito dándome duro. Y lo gocé. Me comporté como un puto cerdo y le animé a que me preñara el ojete. Y lo hizo.
Nota: Las imágenes, el vídeo y el texto reflejan una obra de ficción. Los actores no tienen ninguna relación de parentesco real.