Los dos chavales que le había enviado la empresa de mudanzas a Fabio Toba, estaban más ricos que un quesito. Así daba gusto ver el poder de esos brazos en acción, cogiendo un gran volúmen de peso, marcando biceps y el movimiento de sus culazos apretados en los vaqueros cuando se daban la vuelta y se alejaban.
Cuando bajó una de las cajas al garaje, se quedó a solas con Camilo Uribe y, arriesgándose al rechazo, le echó unas miraditas a todo su cuerpo deteniéndose en el paquete, diciéndole sin palabras que le apatecía chupársela. Por suerte la respuesta fue positiva y después de tantearse el uno al otro, se arrodilló para sacarle la verga.
El cabrón la tenía gigantesca, bien dura y tan larga que sobresalía un tercio del rabo por encima de los vaqueros. Joder con el de la mudanza qué bien dotado estaba. Encima se quitó el polo negro y dejó a la vista un torso musculadito que era para hacerle reverencias. Fabio se enganchó a esa pollaza que era desproporcionadamente grande en relación al cuerpo.
Camilo tenía bien claro cómo le gustaba que le comieran el rabo y el que se detuvieran sólo en cu cipote no era precisamente la forma en la que a él le molaba. Era más de follar jetas, de dar hostiazos con la polla porque se lo podía permitir, de dar cachetitos en los mofletes y agarrar la cabeza obligando a que se la metieran por la garganta. Lo que se dice pasivo de los que se quedan quietos gimiendo mientras las ven venir, no era.
De repente escucharon los pasos del otro chaval que se acercaba. Fabio se asustó y rápidamente se recompuso como si no pasara nada, pero le pareció extraño que Camilo no hiciera lo mismo, de hecho lo único que hizo, con toda la tranquilidad del mundo, fue subirse los calzones y tapar algo que no podía, porque la polla tiesa ya no le cabía dentro de los gayumbos.
Miró a Carlos Leao que acababa de entrar, después a Camilo y se dio cuenta de que aquellos dos cabrones solían hacer esas cosas a menudo. Estaban tan buenos que por lo menos una vez al día desalojaban los huevos cada vez en una casa distinta de la ciudad a modo de propina y como rato de relax por el trabajo intenso.
Carlos era un tio cachas que tenía una pinta de empotrador impresionante. Mucho más bestia que su compañero y con una polla menos larga pero sí más gorda, este le agarró la cabeza por detrás y le enchufó el rabo dentro de la boca hasta dejarle apretados los cojones en los labios y la barbilla. Era un puto bestia y Fabio ya podía imaginarse cómo le dejarían el culo aquellos dos. Destrozado.
Arrodillado entre esas dos pedazo de mancuernas enormes, Fabio intentaba tragar y domarlas, pero eran tan grandes que resultó una tarea casi imposible. Con una mano en cada una pajeando, juntaba los capullos, los rebozaba y se las chupaba. Era como tener un montón de tartas encima de la mesa, no decantarse por ninguna y probar todas a la vez, así estaba Fabio comiéndoles los rabos, pasando de uno a otro porque los dos le encantaban y no podía decidirse. Ni falta que hacía, porque los tenía a los dos para él solito.
Le quedó claro que esos dos chavales eran de la escuela de los chicos malos. Camilo tuvo que taparle la boca para que no gimiera tan alto y se enterase el vecindario entero cuando Carlos le metió la polla a pelo por el ojete con toda su fuerza. Pronto esa mano fue sustituída por un rabo calentito cuando se calmó la cosa y se acostumbró al diámetro de esa herramienta dentro de su cuerpo.
Si ya en las mamadas demostraron ser unas bestias, follando no fue diferente. Esos dos tiarrones no tenían sensibilidad, machacaban culos y metían pollas por las bocas sin pensar nada más que en su propio placer y cuantos más gritos y gemidos escuchaban, más duro daban. Llegó a sentirse como un puto agujero de desahogo cuando Carlos se quedó de mamporrero sujetándole las piernas, dejándole la polla en el pecho y la cabeza de Fabio entre sus piernas, mientras Camilo se dedicaba a reventar el trasero.
Se turnaban para meterla dentro. Los dos la metían y sacaban casi entera en cada empalada. Tenían un aguante de la hostia. Se sintió como una puta dentro de su propio garaje, follado por esos dos completos desconocidos. Le encantaba tener cualquiera de las dos pollas dentro.
Cerraba los ojos y jugaba a imaginar quién se la estaba enchufando. La de Camilo estaba más dura y le atravesaba el culo como una estaca. La de Carlos por sus dimensiones era más morcillona y manejable, le daba de sí el hueco y lo que más le molaba era sentir el impacto de sus enormes pelotas en el pandero. Sin condones pero también sin lubricante, la saliva de sus bocas era el único deslizante natural que usaban para meter los nabos.
Como buenos mozos de mudanza, sabían como emplear el mobiliario a su favor. Si no había mesas para arquear la espalda, pues bienvenida sea una escalera para subir un peldaño y bajar el culo en sentadilla a la altura de sus caderas metiéndose todo el rabo dentro.
Sin previo aviso, esperando su turno para meterla, Camilo se dejó llevar y empezó a soltar perdigones de lefa regándole el pecho, el cuello y la cara. Al verlo, Carlos se puso cachondo, sacó la polla del culo y fue directo a la jeta para meterle un facial cargadito de leche espesa, metiéndole el cipote dentro de la boca, obligándole a saborear y tragarse los últimos chorrazos. Había trabajo que hacer todavía, pero antes Fabio cogió esos dos rabos corridos y los rebozó por su cara suavecita y pegajosa con el semen de aquellos dos mozos de carga encima.
ENJOY NOW CAMILO, CARLOS AND FABIO BAREBACK AT FUCKERMATE.COM
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