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Mario Galeno se folla a pelo el culo apretadito de Alejandro Rubio y le mete un facial | Fucker Mate

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Se conocieron en un glory hole, no de la manera a la que dos personas acostumbran a conocerse mirándose a la cara y dándose la mano o un beso para saludarse. Alejandro Rubio se estaba comiendo varias pollas por los agujeros, cuando por uno de ellos apareció el rabo de sus sueños, largo, tremendamente gordo para llenarle la boca, del que sentía la imperiosa necesidad de sacarle toda la leche y se enamoró tan perdidamente que dejó plantadas al resto de mancuernas que esperaban boca.

No quería vaciar los huevos de esa hermosa polla sin conocer a su dueño. A través de la pared le dijo que saliera y se fueran al hotel que había al lado. Al salir por la puerta vio un conjunto que le dejó con la boca abierta y el culo aún más, un pedazo brasileño musculado, todo un papi empotrador al que la polla dura y gigante empalmada le sentaba de putra madre para hacer del conjunto una imagen inolvidable. Para Alejandro, Mario Galeno no se quedaría sólo en una visión, porque estaba a pocos minutos de sentir toda su polla dentro.

En la cama descubrió a ese puto domador de culos que llevaba dentro. Se abandonó dejándose abrazar por sus fuertes brazos, sintiendo las palmas de sus manos acariciando su culo, unas manos hábiles que estaban impacientes por quitarle los calzones y descubrirle el agujero. Mientras, Alejandro miraba de reojo la entrepierna de ese hombretón, con la polla enorme pujando por salir, a punto de reventarle por alguna parte.

Mario se dio cuenta de lo que quería el chaval, se bajó los gayumbos y dejó que saliera todo su pollón tieso y duro dando bandazos. Así se quedó, cilimbreando en el viento hasta que Alejandro la atrapó con su mano y notó el calorcito y la dureza de la polla que le iba a destrozar el culo. Mario se levantó y le puso a comer rabo.

Lo primero que hizo Alejandro fue disfrutar de la sensación de un buen cipotón entre sus labios. Era suavecito y se le ajustaba perfectamente a la boca, uno de esos cipotones que estaban creados para abrir culos y alimentar bocas. Ale imaginó la cantidad de leche espesita que podría salir de esa raja y se puso tan cachondo al pensarlo que empezó a comer rabo como un auténtico cerdo, dejándose todas las babas.

De lo puto impaciente que era, pensó que quizá debería haberle vaciado los huevos en el glory y después haber tenido una segunda sesión ya con el sabor del semen del brasileño en su boca. Agarró a ese macho por los huevos y le comió la polla disfrutando de ella centímetro a centímetro. De vez en cuando se la sacaba de la boca para mirar la marca que había dejado. Casi todo el cimbrel estaba brillante con su saliva, excepto los últimos poco más de cinco centímetros, que estaban secos porque no había podido tragársela entera.

Cuando Alejandro iba a un local de encuentros, iba preparado para todo. Aunque sabía muy bien lo que buscaba ese día, que era comer rabos y darse un buen baño de lefa de desconocidos, siempre iba preparado por si acaso. Llevaba condón en el bolsillo del pantalón, pero en esta ocasión ni de coña pensaba utilizarlo. Quería ese pollón brasileño a pelo dentro de él y así se lo dijo.

A los machos tan cañeros y dotados les molaban culitos apretados como el suyo, con la raja suavecita y un agujero a simple vista casi imposible de penetrar. Alejandro se daba cuenta de lo mucho que les gustaba cuando, después de sentir los bocados y los pelos de la barba y el bigote rebozándose por el valle entre sus cachetes, la saliva empezaba a resbalar entre sus nalgas precipitándose por sus cojones y sus muslos.

Cuando estaba esperando para recibir el miembro, Mario se tumbó sobre la cama, puso en vertical su rabo y le invitó a sentarse encima. Menudo comienzo, con la posición con la que calzarse un pollón entero dentro del culo y además teniendo tú el control. Lo prometido, sin condón ni hostias, Alejandro hizo una sentadilla, se posicionó justo hasta sentir el cipote en su agujero y relajó las piernas dejando que esa mazorca se hundiera dentro de su ojete con total libertad.

Entró suavecita la cabrona, pero no por eso dejaba de ser la pija más ajustada que había tenido en su interior. Hizo el avioncito encima de ella, sin sacársela. Era tan larga que podía maniobrar a su antojo sin que se saliera. Necesitaba mirar de frente a ese macho empotrador, sentir su aliento, sus gemidos, abrazarse a su cuerpo mientras le azotaba el culo a pollazos y le hacía suyo.

De tios tan experimentados en el arte del sexo siempre aprendía algo nuevo y ese día aprendió lo que era hacer un balanceo. Mario le dijo que se clavase bien la polla, que se abrazase fuerte a su cuello y tras eso, con un rápido movimiento, Mario hizo un balanceo y pasó de estar tumbado boca arriba a estar encima de Alejandro, al que tenía con las piernas totalmente abiertas, metiéndole traca.

Hasta ese momento no había probado toda su furia y le dolió tanto como le gustó a partes iguales, porque el tio se emperró en meterle y sacarle la polla por completo cada vez que se la endiñaba. Además, cuando se la sacaba y por la posición en la que él estaba, con el culo en pompa hacia arriba, podía ver el tamaño del miembro viril, gigantesco, con el cipote a punto de estallar.

A cuatro patas le rompió el culo. No tenía los huevos colgando, pero sí lo bastante duros y gordos como para que el soniquete del impacto se escuchase por toda la habitación. La sentía tan gorda y dura, llegando tan lejos, que por un momento casi la sintió saliéndole por su propia boca. Con la cara besando ya las sábanas, miraba hacia atrás y veía a un Mario descontrolado, con el esfuerzo dibujado en su cara, sudando, un puto animal jodiéndole el trasero.

El inesperado y apetitoso aperitivo, no le desvió de su dulce propósito de ese día. Cara y polla gorda frente a frente. Dejó la boca abierta y vio cómo los chorrazos de leche salían disparados por encima. Esperó paciente a que salieran esos últimos lefazos de menos potencia que se colarían por su boca dejándole el saborcito que buscaba.

Era difícil describir la felicidad que sentía cuando una polla tan grande y lechera se corría encima de él, pero al final siempre se quedaba chupándola, sacando hasta la última gota, saboreando la miel, cascándose mientras un pajote que lo dejaba como nuevo. Así le gustaba terminar, sucio, succionando el biberón calentito, con el pelo y la cara manchadas de lefa de un tio y con el torso bañadito en su propia leche.

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