Su mano morenita y grande sostenía un enorme plátano de Canarias, el original, por su base. Abel Sanztin se estaba poniendo cachondo mirando cómo su guapísimo compañero de piso Valdo Smith pelaba el manjar con la otra mano, retirando la piel en tres tiras perfectas y liberando el fruto que más se parecía a una polla de todos.
Pero había algo más grande en esa cocina que hizo que Valdo dejase el plátano encima de la mesa. Abel se levantó de la silla, se sacó la mazorca y se la empezó a pelar al otro lado de la mesa. Sus veinticuatro centímetros de pene erecto, tremendamente grueso, hacían que cualquier plátano enmudeciese por grande que fuera.
Hizo un gesto al chaval para que se acercara. Valdo arqueó la espalda, le agarró el miembro por la base y lo levantó con el pulgar para dirigirlo hacia su boca y empezar a mamárselo. Le sobó dulcemente los huevazos y se la desvalijó chupándola entre sus sabrosos labios, abriendo la boca como si tomara aliento, pero no para respirar aire, sino para meterse un poquito más de rabo cada vez.
Cuando notaba cómo el cipote le tocaba la campanilla, frenaba y deshacía el camino para volver a tragar de nuevo. Se envalentonó, dejó pasar esa enorme polla a través de su garganta y por primera vez pudo notar el tacto rugoso de las pelotas en su labio inferior. Abel estaba omnubilado con ese chico, mirando su carita guapa y varonil, los pelos de su barbita arrreglada, el pendiente en forma de cruz que se movía lentamente al ritmo de la mamada, su pelito corto y rapado. De no haber estado deseando follar esa mañana, ya le hubiera dado u dósis de leche.
Por primera vez en varios minutos, Valdo se sacó el pito de la boca. Lo hizo después de forzar la máquina a tope, tragando más de lo que debía, soltando una arcada contenida. Abel observó su polla dura y caliente, completamente mojada con las babas de ese chulazo. Le plantó una manita sobre el cogote rapado y meneó el culo lentamente hacia adelante y atrás simulando que se lo follaba.
Abel reconocía su propia verga, pero la veía incluso más grande y gorda que en otras ocasiones. Se veía que con tios así de guapos y expertos mamando, su pollón crecía hasta límites insospechados. Valdo pasó al otro lado de la mesa para poder chupársela mejor. Se arrodilló y se la metió en la boca. Él también estaba empalmado y aprovechó para hacerse un pajote a sus generosos veinte centímetros de rabo para relajarse a la vez que mamaba.
Los dos entraban en el club de los 20, chicos bien dotados. Valdo se zampó la más grande, hasta las trancas. Sus ganas de polla se incrementaban por momentos y dejarla bien ensalivada le llevó a deslizarla por el interior de su garganta hasta conseguir quedarse apenas a cinco centímetros de la gloria. Se agarró su propio rabo y se dio golpetazos con él en la barriga, demostrando el campeón que estaba hecho.
Acostumbrado a sentir la suavidad de esos labios recorriéndole la piel del pene, Abel casi se corre cuando el tiarrón le plantó la mano en el miembro agarrándolo fuertemente y empezó a masturbársela. No le quitaba ojo, encantado con lo que estaba viendo desde arriba. Se sentía orgulloso de tener una tranca tan grande entre las piernas para cazar a estos mamones y dejarles prendados durante horas chupando verga, llenándose la boca de rabo.
Le agarró de los pelos, desenfundó la polla de su boca y le metió una suave paliza golpeándole con la barra sobre los labios. Estaba deseando pelársela ahí mismo, sobre su jeta, sacarse toda la paja y admirar cómo su semen salía victorioso guarreando toda esa preciosa cara. Se lo pensó y ese fue o no su error, porque Valdo volvió a tomar el control sobre su rabo, elevándolo hacia su vientre y metiéndole un lametón desde las pelotas hasta el cipote.
Su polla ya sabia bien rica, a macho recién despertado y empalmado que ha tenido el rabo aprisionado durante toda la noche dentro de los calzones. Olía como tenía que oler el pene de un tio, a huevera de gayumbos. Abel cogió una fresa, una gorda com el tamaño de su cipote. La puso junto a él para hacer comparaciones, se la restregó por encima del glande para darle sabor e hizo probar un bocado a Valdo.
El tio le chupaba la minga sin parar y él aprovechaba para ir restregando la fresa por todo su miembro. Una fresa mojando sus labios que ya sabían a placer y a polla de hombre. Una boca, una lengua y una barba peludita metiéndose por el interior de la raja de su culo. Abel puso a cuatro patas a Valdo sobre la mesa de la cocina y le comió el agujerito, lamiéndolo y penetrándolo con su lengua.
Se lo dejó chorreando, bien mojado, con la intención de no tener que usar un condón para metérsela. Abel se sentó en su silla con el mango tieso apuntando hacia arriba. Lo hicieron frente a frente. Valdo se sentó sobre sus piernas. La distancia entre sus caras se fue haciendo menor a medida que Valdo ensartaba su culazo en esa gigantesca pija. La hundió por completo en sus entrañas y se fundieron en un placentero beso.
Más unidos que nunca. Recuperado de esa incomparable primera sensación de sentir algo tan grande perforándote por dentro, Valdo saltó sobre la verga pajeándosela. Abel apenas veía su miembro calzándose ese culete, se lo impedían una buena polla y unos buenos huevazos que no dejaban de rebozarse sobre su estómago. Valdo la tenía tan larga y dura que el rebote de su polla llegaba hasta los pectorales de Abel, encantado con ver algo así retozando alegremente sobre su torso.
Era un plus que se la ponía mucho más dura. Abel se levantó llevando en volandas a Valdo, sin sacar su polla desnuda dentro de su culo, lo dejó encima de la mesa y empezó a ejercer de macho empotrador, penetrando y forzando la entrada de su agujerito que cedía al paso de su gordísima polla. Valdo miró a Abel fijamente, deleitándose con su atractiva carita, su barba de varios días, pensando cómo un chico así de delgadito podía tener semejante trabuco entre las piernas.
Los dos se pusieron de pie antes de ir al sofá a seguir follando. Sus mingas largas y pesadas cayeron hacia abajo de lo grandes que eran. Se fundieron en un abrazo restregando una sobre otra. Ya en el sofá, Valdo volvió a sentarse sobre las piernas de Abel. Le encantaba saltar con su culo bien relleno y juntar su frente con la de Abel, los dos muriéndose de gusto, echándose el aliento, escuchando sus gemidos apagados de cerca, gemidos de una polla bien pelada y de un culo bien follado.
Abel intentó mantener el culazo de ese guaperas a raya, posando sus manos en sus nalgas para dirigir el ritmo de las sentadillas, pero el cabronazo se volvió indomable, saltando duro, metiéndosela hasta los huevos, cascándole la pija de arriba a abajo, poniéndole a prueba. Abel no sabía qué pensar, si es que ese tio se estaba buscando una buena preñada o que confiaba en él para seguir aguantando y darle más placer.
Le miró a la cara intentando discernir lo que quería. Un tio que quiere que le preñes el ojal se te queda mirando, fijamente, casi te lo pide con los ojos. Valdo no hacía eso. Aunque de vez en cuando se ponía frente con frente y mantenía la mirada, la mayor parte del tiempo estaba gozando del rabo, gimiendo, mirando hacia otra parte, así que Abel decidió no correrse. Todavía.
Ahora Abel sólo veía la espalda de Valdo sudada. Había dado un giro de ciento ochenta grados y seguía saltando sobre sus piernas inflándole más y más una polla que estaba a punto de reventar pero que aguantaba como una jabata. Debido a los amplios saltos que daba y a lo grande que tenía la polla, Abel pudo sentir el azote de la pija de Valdo en sus cojones. No era nada doloroso, apenas un toque que le avivaba la leche dentro de los cojones.
Le puso a cuatro patas en el sofá y le dio por culo sin condón, pegándole duro, estampándole los huevacos, haciéndole gemir alto y fuerte. Abel se retiró retrocediendo hacia atrás. La forma en la que cayó hacia abajo su enorme miembro fue alucinante. Un pollón gordo y enorme, brillante, una señal de virilidad masculina inigualable.
Le dio la vuelta y se lo folló bocarriba. Quería ver cómo se sacaba la paja de esa polla morena. Valdo se la cascó. Un buen lechazo salió disparado hacia el costado de su pectoral izquierdo. Valdo siguió con la mirada la trayectoria, sorprendido con el alcance, disfrutando de la sensación de la lefa caldosa goteando por sus costillas. Miró a Abel, gimiendo de gusto, como dedicándole la corrida.
Abel le sacó la polla del culo y Valdo se la quedó mirando, otra vez sorprendido por haber tenido esa inmensidad surcando el interior de su ano, preguntándose dónde le apetecería meter la corrida a ese empalador. La respuesta no se hizo esperar. Abel le metió el pulgar dentro de la boca y Valdo se lo chupó.
Otra vez de rodillas, con la cara debajo de esa enorme polla, la boca abierta. Abel se estaba cascando un pajote encima. En cuanto frenó la marcha, Valdo acercó la cara y se llevó un lefote espeso que le mojó la comisura de los labios y se le metió dentro de la boca. Otro depósito de leche le inundó de gusto la lengua. Valdo agarró esa pedazo de polla lechera y la deslizó sobre su lengua y sus labios, poniéndose los morros perdidos de esperma.
Correrse en una carita tan guapa era un triunfo. Abel le metió el pepito de crema y le folló la boca para que se la tragase toda. Cogió el plátano y se lo acercó. Valdo pegó un mordisco. Los plátanos de Canarias estaban sabrosos, pero acompañados de la lefa de tu compi de piso mucho mejor. Cuando estaba pelándolo en la cocina le parecía grande, pero ahora que lo tenía entre sus manos y después de haber sentido el placer de una polla enorme y gigantesca entre sus labios, nada era comparable. Abel acercó su verga corrida al fruto por si aú tenía dudas y Valdo tuvo claro por cuál decantarse.