Dulce o salado, arriba o abajo, izquierda o derecha, rojo o negro, manga corta o manga larga. Apenas sin darnos cuenta, nuestro día a día se convierte en una serie de decisiones que van hilando nuestra propia historia. El término de sal y pimienta ha sido utilizado para muchas cosas, pero una de las más populares es para referirse a la vida, a tomársela con buen humor, afrontando la realidad pero con optimismo, por eso decimos “échale sal y pimienta“.
Y puestos a elegir entre una y otra tú, ¿eres de sal o eres de pimienta? Díficil decisión, mejor quedarse con ambas cuando la sal se convierte en Antonio Aguilera, un hombre fuerte, musculado y atractivo, con un torso suavecito, sin un solo pelo y un trasero potente para empalarte la polla por el culo como un animal, que te agarra y no te suelta hasta plantarte la semilla donde él quiera. Difícil cuando la pimienta se transforma en Louis Ricaute, totalmente opuesto, igualmente fuerte y musculado, pero con un torso de pechazo lobo para plantar las manos como riendas mientras te monta y gozar de esa mirada penetrante que casi lo convierte en una placentera y dulce doble penetración.
Cuando no está su chavala, Antonio Aguilera mata los ratos de soledad a pajas. Se coloca un taburete enfrente del sofá, el ordenador portátil encima, se pone una peli de putitas, se saca el rabo gordo y enorme y empieza a tocar la zambomba imaginando que se las folla a todas. Si hay algo que le jode más que nada es estar concentrado en su paja y que alguien le moleste. Ya le pasaba cuando era adolescente, cuando se la estaba martilleando en el baño encima del water o tumbado sobre su cama, rodeado de revistas guarras, perdiéndose en un mundo ideal de culos y tetas por las que se rebozaba y sobre los que se corría y alguien abría la puerta soltando un gritito de sorpresa y volviendo a cerrar la puerta con la cara roja mientras se iba.
Ni siquiera se puso los pantalones esa vez, ya que le daban por culo tocando el timbre, iba a salir en pelotas, a ver si así quien fuese escarmentaba de una vez. Era el vecino, al que hacía media hora le había pedido sal y a Antonio se le ocurrió una idea brillante. Para qué estar haciéndose una paja si podía tener una boca húmeda para chupársela y un buen culo donde meterla y su vecino era ideal para ambas cosas, con unos labios gruesos para atrapar pollas y sacarles la leche y que marcaba un buen culo bajo esos pantalones grises de deporte. Lo agarró del cogote y le invitó a pasar dentro para que conociese bien la cocina de su entrepierna.
Le hizo lo mismo que le gustaba hacer con su novia, le colocó una mano sobre la frente, la otra sobre el cuello y le agarró así la cabeza entre las manos obligándole a comer rabo a su propio ritmo. El cabrón no podía tragársela entera de lo grande y gorda que era, pero Antonio lo intentó con unas aguadillas, taponándole la nariz y empujando la cabeza hacia abajo para poder colarla a la fuerza por su garganta. Qué buenos labios tenía y lo bien que le estaban cosquilleando la piel de la polla. Se levantó para metérsela por la boca con más fuerza y consiguió que se quedase apenas a un centímetro de rozar con el labio inferior la piel arrugadita de sus huevazos, al menos notó la barbilla que se los rozaba.
Joder con el vecinito machote al que todas las vecinas adoraban y se desabrochaban algún que otro botón más de la camisa al verle, el que mojaba chochetes al pasar, qué buen esclavo que era, ahí de rodillas chupándole los pies y comienzo un pedazo rabo como un campeón. Qué puto gustillo le dio ver esa cabecita de macho recorrer su pierna desde los dedos de los pies, pasando por su muslo hasta llegar a los cojones y deslizar brevemente los labios que subieron por su polla. Por un momento le apeteció entregarle toda la leche que tenía para él, si no fuese porque estaba deseando probar su culo.
Si con la boca tuvo cuidado, con el culo no hubo contemplaciones, ni siquiera se lo lubricó un poquito con saliva, le dejó al condón que hiciese su trabajo para abrir camino. Se la embuchó hasta las trancas, dejándole las pelotas acopladas al contorno del ojete y con toda su pollaza dentro. Acostumbrado durante más de cinco años al coñito pequeño y estrecho de su chica, que encima jamás le permitía penetrarla el culo, aunque él lo intentaba siempre sobre todo cuando la veía cachonda, menuda delicia tener aquel pandero gigante y fuerte y sentir el apretón de un ojete estrecho y más apretadito. A partir de ahora ya sabía a quién recurrir cuando quisiera cumplir esa fantasía.
Mientras se lo follaba boca arriba, pudo contemplar el cuerpazo peludo de Louis pero sobre todo se fijó el su polla, que era grande y gruesa. Hasta ahora ni se le había pasado por la cabeza, pero si en algún momentop necesitaba probar otros caminos de placer, seguro que esa herramienta le venía de perlas para inaugurar y desvirgar su propio culito. Se había follado tantos que, si algo le había quedado claro, además de que debido a las dimensiones de su rabo al principio sentían dolor, al final terminaban pidiéndole más y más haciéndole sudar de lo lindo, así que eso de que te metieran una polla por el culo no debía ser tan malo y ese placer tendría que descubrirlo tarde o temprano.
Una barra caliente y dura penetrándolo y una masa de huevos blandiéndose en uno de los cachetes de su trasero, eso es lo que Louis pudo notar por detrás estando casi rendido sobre el sofá, con un tio martilleándole el culo y un pie sobre su cabeza para obligarle a conservar la postura. Le usaba el cabronazo como quería, tanto que sin avisarle le agarró del sofá, lo puso de rodillas sobre el suelo y fue plantarle el rabo delante de la cara que apenas le dio tiempo de ver por dónde le venían. Un pollón corriéndose y propinándole montones de lefazos, surcándole desde la nariz, colándose por el interior de su boca, hasta los pelos de la perilla. El sabor a semen y olorcito a polla corrida le invitaron a cascarse el rabo y pegarse también él una poderosa corrida con la leche volando y cayendo sobre sus muslos. Estos dos tenían bien clarito lo que era echarle sal y pimienta a sus vidas.
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