Mientras Ben hacía fotos en la calle a Brad Hunter, deseaba llegar al hotel para verle de nuevo desnudo, porque sabía la pedazo tranca que ese chaval tenía entre las piernas, ahora oculta bajo el algodón de unos amplios pantalones grises de deporte. Al llegar a la habitación, Brad se dio la vuelta y se bajó esos pantalones un poco para que viera lo que le tenía preparado. Unos gayumbos abiertos por detrás que dejaban ver sus dos cachetes y la raja.
Brad se tumbó en la cama, elevó las piernas doblando las rodillas y cruzando los pies, formando con sus piernas un rombo con unas aristas y vértices de lujuria. En la parte inferior su irresistible culazo abierto, algo peludete por la rajeta a medida que se internaba más hacia el agujero. Sobre él los huevazos que se le habían escapado por debajo de la goma. Ben siguió con su mirada esas piernas fuertes y atléticas que culminaban en unos pies con los calcetos puestos.
Y en mitad del rombo, Brad sonreía pillín, a sabiendas de lo mucho que le gustaba. Más le iba a gustar lo que venía a continuación. Brad se arrodilló en la cama y le dio la espalda, cogió un balón de fútbol y lo puso entre sus muslos, se quitó los calzones y empezó a rebozar por el cuero su gigantesca, voluminosa y gorda polla. Un espectáculo para quedarse con la boca abierta y con mucha hambre.
La tenía tan larga como el diámetro de la pelota, casi consiguiendo rozar el colchón con el cipote. Ben se acercó y le chupó la punta. Era demasiado irresistible esa imágen como para no sucumbir al deseo. Al final puso a Brad sobre un puff rojo, le agarró el cilindro con la mano por la base y se la empezó a mamar a conciencia. Después volvió a darle la vuelta, dejándole la polla tiesa sobre el borde del puff para mirársela bien, y se lo folló.