El cazador tenía un radar en la polla para cazar a tios guapos. De entre la multitud que todavía pululaba por el mercado a esas horas de la tarde, cuando ya casi estaba cayendo la noche, surgió un chulazo rubio al que no pudo quitar ojo. El chaval trabajaba a tiempo parcial, no cobraba lo suficiente y las navidades estaban a la vuelta de la esquina. La oportunidad perfecta para ofrecerle algo de dinero a cambio de hacer cosas de chicos.
Le propuso ir a un lugar donde pudieran hacerlo. Parece que tenía experiencia, porque enseguida le mostro sitios protegidos de las miradas de la gente. Un callejón poco transitado, zonas en obras detrás de los camiones y furgonetas. Lo malo es que no dejaba de pasar gente todo el rato, así que llamó a una amiga que le dejó entrar en una habitación de reparación de instrumentos musicales haciéndole prometer que cerraría al marcharse.
Le hizo quitarse la chaqueta. Lo que más le gustó de él era lo tímido que se volvió al estar a solas con otro hombre a punto de hacer cosas guarras y que a pesar de ser guapo y estar muy bueno, por su vestimenta, con una camiseta holgada de manga corta regular, de esas que regalan con bebidas energizantes, no era consciente de lo bueno que estaba.
Ahí estaba el cazador, para hacérselo saber. De entre miles se había fijado en él y ahora se había bajado los vaqueros y tenía el rabo colgando para que él se lo cogiera. Con una mano le agarró la polla y la otra se la metió por le hueco que quedaba por encima de los pantalones bajados, sosteniéndole las bolas. El cazador trempó siendo pajeado por esa mano experta en hacer gayolas y todo el rato pedía que le mirara.
No podía creer lo guapo que era. Esa mirada de guarrete le ponía cerdo. Casi se corrió cuando se la metió dentro de la boca. Para ser la primera pija que se gozaba, lo hacía muy bien. De vez en cuando se la sacaba de la boca, la manejaba como un joystick desplazándola a un lado y a otro con la mano, fijándose en su empuñadura y en el enorme cipote y se la volvía a mamar.
Al cazador le encantaba ver cuando se la sacaba y los labios le rodeaban el capullo. Le pidió comerle la pelotas y le dio tanto gusto que le agarró por detrás de la cabeza para que se quedara ahí un buen rato. No recordaba haber gemido tanto con un chaval ni haberse tenido que aguantar tanto las ganas de rellenarle la boca de lefa. Casi se corre en su carita cuando le dio por mirar de nuevo hacia arriba. No se lo había pedido antes precisamente por miedo a correrse sin haber disfrutado de él al completo.
Ahora llegaba su turno. Al cazador le latía el corazón a doscientos cuando el chaval empezó a desatarse el nudo de los pantalones de chándal. Se los bajó junto con los calzones y le enseñó la chorra, una bonita polla bien larga que flácida parecía chicle en su mano, totalmente manejable, lo que daba una idea de lo que podía llegar a crecer.
Le invitó a pajearse y ponérsela dura mientras volvía a arrodillarse para chuparle la polla. Ahora el cazador tenía otra nueva diversión, mirar al fondo ahí abajo cómo trempaba el chulazo. Crecidita, la tenía considerablemente gorda y larga. Le hizo soltársela e hizo algo que no solía hacer en sus sesiones de caza, arrodillarse y chupársela.
Dentro de su boca comenzó a inflarse todavía más. Iba bien armado el chaval, todo un rompecorazones. Se lo iba a follar, hicera falta la cantidad de dinero que fuera, pero no antes de haberle regalado una mamada en condiciones, lamiéndole el cipote y pajeándole como se merecía. Mira que el cazador tenía una mano grande, pero con ella plantada encima del rabo, todavía había espacio para poner la otra.
Diez mil por chupársela, qué menos que darle a ese guaperas el doble por dejarse follar a pelo por primera vez, por ser desvirgado. El chaval estaba tan necesitado de pelas que enseguida se dio la vuelta y puso el culo. El cazador sintió algo de compasión por él y, aunque ahora no se lo dijera, iba a darle todo el dinero que llevaba en los bolsillos.
Se la metió por detrás antes de que se arrepintiera y vio el cielo al penetrar su estrecho culito. Era como estar en un sueño. Se fijó en sus grandes espaldas de nadador, surcada por algunos lunares y en la forma de pico que formaba el pelo rubio desordenado en su cuello. No le pidió permiso, simplemente lo hizo. Le dejó preñado, gimiendo como nunca, como un cabrón, mientras se dejaba la leche dentro de ese culo que acababa de desvirgar.
Le hizo separar las piernas, abrir la raja del culete y la leche empezó a salir del agujero, toda cayendo al cajón de madera que tenían debajo, formando un pequeño charco de semen. Se fijó en su culo, en las bolas y el rabo que le colgaban entre las piernas. El chaval se incorporó y empezó a vestirse. Qué puta locura, haber dado con un chulazo así, haberle dado de comer su primera polla, haberle desflorado y haberse corrido dentro de él.
Los dos se quedaron mirando el charco de lefa. Al cazador se le ocurrió una última guarrada. Se había venido arriba tan pronto que todavía soñaba con ver esa carita guapa llena de su semen. Eso ya no podría ser, pero quizá por algo más de dinero estuviera dispuesto a agacharse y relamer del cajón toda esa lefa calentita. Hubiera difrutado eso pero que mucho, hasta se habría corrido viendo su leche en la lengua y los morretes de ese rubiales, pero el chaval le sonrió y a eso le dijo que no. Quedaba pendiente. Le vio coger el fajo de billetes, feliz y con eso el cazador quedó satisfecho. A cada uno lo que se merecía.