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Jay Carter empala el culazo de Valdo Smith con su gigantesca pollaza y se corre encima de su cara | Fucker Mate

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A lo largo de sus casi treinta años, Valdo Smith había visto montones de paquetes de tios empalmados, unos hacia adelante formando una tienda de campaña, otros aprovechando el lateral de los calzones para acomodar el pito hacia un lado apoyado sobre la cadera, pero nunca había visto una así de grande como la de Jay Carter, que tenía semejante pitón entre las piernas que se le salía la mitad de la polla por encima de la goma de los gayumbos.

Monumentos así estaban hechos para verlos de cerca. Valdo, temeroso por su culo, pero con más hambre que nunca, se agachó y tiró de los laterales hacia abajo. Una gigantesca maza bien gorda de veinticuatro centímetros cayó hacia adelante rozándole los pectorales. El instinto le hizo abrir la boca como nunca y cuando la tuvo dentro, todo ese cipote ocupando el interior de su boca, su mano agarrando esa bestial pollaza gruesa y venosa, sintió como si se la estuviera comiendo a un caballo.

Tenía espacio de sobra para mamar, poner cuantas manos quisiera ahí encima, que no lograba abarcarla entera. Lo cojonudo era que, incluso con todo el rabo fuera, Jay todavía tenía un buen paquete por debajo de la goma de los gayumbos, un paquete similar al que habría tenido un tio bien dotado con la minga flácida. Valdo le bajó los calzones por las rodillas y descubrió esos hermosos cojones del tamaño de su puño cargados de leche.

Siempre había sabido que había tios así de pollones y se moría de ganas por probar uno. Cerró los ojos y se dedico a degustar ese gigantesco rabo con todos sus sentidos. El tacto del contorno de la polla penetrando entre sus labios, cada vez más grande, más gorda, más dura, con las venas más hinchadas como tropezones interponiéndose en su camino hacia la gloria de sus huevos.

El sabor dulce y a la vez amargo de su abrillantado cipote acoplándose entre su lengua, su paladar y asfixiando su garganta cuando la metía hasta el fondo. El sonido de sus labios chupando el polo más grande que se había comido jamás, el olor a polla mojada con su saliva. Y la vista. La vista era espectacular. Abrió los ojos para mirarla bien, para convencerse de que esa puta polla gigante era real. Tan grande y gorda como un puto brazo, cayó delante de su jeta cilimbreándose, pesada, caliente, brillante y negra.

Se llenó los carrillos, la paseó por toda su cara como un cerdo, se dejó apalear con unos buenos pollazos, se sacó la suya de los calzones y se empezó a masturbar mientras mamaba, preguntándose por qué hostias él, con cuatro centímetros menos, con unos flipantes veinte, parecía tenerla tan irrisoriamente pequeña en comparación.

El hambre iba en aumento. Al ver a Jay tumbado, con toda esa minga enorme contra su estómago, la cogió con una mano por la base, la inclinó izando la bandera, la relamió de abajo a arriba y la engulló metiéndola por el interior de su garganta. Contuvo la arcada con el rabo dentro cortándole la respiración y Jay soltó un gemido de gusto al notarla tan apretadita.

Al ponerse a cuatro patas, al ver acercarse por detrás a Jay con esa trompa de elefante colgando, chorreando lubricante, Valdo no pudo sentirse de otra forma que no fuera un hombre a punto de ser follado por un semental. La suerte es que Jay se había echado tanta vaselina que le penetró el ojal casi sin esfuerzo. La gigantesca polla entró por su ano sin condón como si formara parte de su cuerpo desde siempre.

Valdo se revolvía, gemía de placer, su mirada perdida, disfrutando de los lugares prohibidos y jamás explorados por un hombre en su interior, el punto G, el H, el J y a saber cuántos más. Y los huevos, vaya huevos. Valdo puso el culo en pompa para sentir bien sus azotes. Enormes, consistentes, cargados de lefa, apaleándole el interior de los muslos, chocando contra sus propias bolas cada vez que le empotraba.

Era casi indecente mirar cómo le metía la minga por el culo, una enorme polla entrando por un agujero a primera vista imposible de penetrar por algo tan grande. “Qué riiiiico“, no paraba de decir Valdo una y otra vez con el rabo desapareciendo entre medias de sus nalgas. Él a cuatro patas, Jay de pie dándole por culo. La diferencia de complexión entre uno y otro era tan evidente que parecía como si un gigante se estuviera follando a un mortal.

Valdo se enfrentó a la prueba de fuego, sentarse sobre sus piernas y dejar caer el peso de su cuerpo hundiendo poco a poco la polla dentro de su ano. Encajada hasta donde buenamente pudo, saltó masturbando dos tercios del rabo centre sus turgentes nalgas, sintiendo las manos grandes y calentitas de Jay en el pandero ayudándole a darlo todo.

Se dejó caer hacia atrás y justo en ese momento el rabo tocó algún punto sensible dentro de él que le hizo soltar la leche antes de tiempo. Un chorrete de lefa blanquito se quedó arremolinado en el capuchón del pellejo de la polla y se la estrujó para sacarlo fuera y dejarlo caer. Después se tumbó al lado de Jay y empezó a masturbarle la polla.

Y pensar que se había metido todo eso dentro. Valdo resoplaba de vicio zambombeándola en su mano. Jay le pidió el relevo y se pajeó su propio rabo solicitando a Valdo un poco de amor relamiéndole la tetilla para ponerse a tono. Le avisó cuando se fue a correr por si quería cerdear un poco. Valdo acercó la cara al rabo que estaba soltando toda la leche y dejó que le glaseara la mandíbula y los morros de lefa.

Parecía que no, pero en cuestión de segundos le había dejado una buena lechada encima. Valdo le limpió el pito con una buena mamada sorbiendo el resto de la corrida y al sacáresela le chorreaba semen por toda la boca y la barbilla. Daba gusto ver su cara guapa con la lefa en colgajos que caían y se depositaban sobre la enorme verga brillante y mojada.

Valdo le soltó la polla que cayó hacia el frente entre las piernas de Jay, todavía palpitando hacia arriba y hacia abajo, intentando recuperar su forma flácida. Al ver la carita lena de su leche, Jay mojó un poco de lefa con un dedo y lo introdujo entre los labios de Valdo que se lo chupó como un guarrete, así que cogió más hasta que se lo comió todo.

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