Era una verdadera lástima que un chico como Cole Keller durmiera solito y desnudo en la cama. Cualquier hombre hubiera pagado por ver su forma de despertar, retirando primero las sábanas, admirando su precioso y enorme culazo mientras se dirige caminando hacia el baño dispuesto a echar la primera meada del día. Su musculoso cuerpazo bajo la ducha, con la minga encapuchada colgando y reposando sobre los huevos que por el frío del agua se han retraído hacia la base del pene en busca de calor.
Joe Gillis acaba de llegar del trabajo y al ver ese escultural cuerpazo se mete hasta la cocina, con el traje puesto. Aún le cuesta acostumbrarse a ver a ese tiarrón agachado chupándole la pija. Simplemente es alucinante. Cole le da la espalda, se coloca mirando hacia la pared y saca un poco el trasero. Joe se lo penetra hasta las profundidades. Menos mal que goza de una buena verga, porque entre la raja y el ojete hay como media polla de longitud.
Con un culazo así de grande, Joe se obliga a sí mismo a pegar unos buenos caderazos para encajarla hasta el fondo. Las vistas que tiene de Cole de espaldas se la ponen bien dura, el tio es puro músculo y lo que más le flipan son sus biceps y sus pectorales. Al estar dándole por detrás, Joe se está perdiendo la fiesta montada entre las piernas de Cole, su picha empalmándose, el cipote saliendo de su capullo y rebotando tímidamente.
Follárselo sentado en sus piernas, empalado en su polla, a pelo, ver esos pectorales rebotando cuando le mete una batida desde abajo, esos pezones duritos, le ponen burraco. Termina llevando las manos de sus caderas a ellos, frotándolos con los pulgares. Estan suvecitos y son grandes. Tetillas de leche como la que le va a reventar en esa puta cara de macho. Se pajea duro. Cole tiene la cara justo encima de su rabo, está abriendo la boca, sacando la lengua. La quiere toda. Allá va.