Aquel lugar no era precisamente el estudio de fotografía que le había prometido cuando se encontraron por la calle. No eran pocos los estudios que Mariano había frecuentado y a menudo en pisitos que parecían pequeños y antiguos pero donde los fotógrafos después tenían unas habitaciones muy cucas. Pero este era distinto. Miró a su alrededor y lo único que vio era porquería. Carretillas llenas de cemento reseco, ladrillos, herramientas.
Supuso que querría hacerle fotos tipo albañiles cachondos de calendario, no obstante él tenía un buen cuerpazo y se le subía el ánimo cada vez que un tio o una tia silbaban cuando le veían así tan chulo con su camiseta de tirantes marcando biceps y espalda. También en la piscina, cuando se sacaba la remera. No es que marcara abdominales aún, porque estaba trabajando en ello, pero tenía un torso tonificado propenso a despertar deseos con algo de trabajo duro en el gym.
No le sorprendió que el cazador le ofreciera dinero a cambio de ir haciendo cositas, porque como podía haber supuesto, no le había llevado allí a una sesión de fotos precisamente, sino a grabar algo morboso para el recuerdo. Un poco de plata de por medio dejó las cosas claras e hizo más fácil el acercamiento. Tú me tocas el paquete, yo te toco el tuyo, se me pone dura y te agachas a comérmela.
Qué boquita tenía Mariano. Aprovechó que el cámara la tenía todavía morcillona para metérsela en la boca con capuchón puesto y tragar hasta posar los huevos en su barbilla y rozar sus labios contra los pelos de la base de la polla. Una y otra vez, incluso cuando la pija ya estaba dura, el tio se esforzaba por tragarse hasta el último centímetro.
El cazador no dejaba de sorprenderse con los tios a los que cazaba por la calle. Mira que tenía buen tino. Primero se preguntó por qué se esforzaba el chaval en esconder sus partes con la mano al desnudarse delante de él, si la tenía bien larga. Después le pidió darse la vuelta y descubrió el secretito de Mariano. Una marca blanca en la parte superior de su trasero atestiguaba que llevaba tangas y que era de tomar el sol en la playa.
Le puso a comer rabo un ratito más. Esa boquita era dulce hasta decir basta. Le ofreció más dinero a cambio de poder follarle ese culo tanguita. Aceptó, se levantó y le dio la espalda para que comenzara. Ya no había mano que escondiera sus atributos masculinos, porque Mariano la tenía tiesa e irresistiblemente pajeable, tanto que el cazador al verla no pudo contenerse y le hizo una pajilla.
A cuatro patas ese culazo estaba delicioso, pero iba a costarle penetrar la entrada. Lo supo al colocar el glande en el agujero. Estaba cerradísimo. El cazador enderezó la polla, hizo una segunda intentona, se la metió dentro y comenzó a darle por detrás. Tras una tanda de pollazos, se la sacó y admiró el agujero que le había dejado. Ya no era un ojete con la piel replegada y cerrado, ahora al menos había un huequecito abierto.
El culazo grandote destacaba con respecto al resto de partes del cuerpo de Mariano, aunque también su espaldaraza musculosa y grande de nadador. Escondidito en unos pantalones holgados, quién lo hubiera dicho.
El cazador le dio toda su leche. Se pajeó delante de su cara, los mecos empezaron a saltar a chorretes por la punta de la polla y en cuantgo salieron uno o dos, Mariano se metió dentro de la boca el cipote, tragando y saboreando la leche calentita que seguía saliendo de él, el rabo manchado de lefa que le salía de entre los labios. Ante semejante guarrada, Mariano no tardó en echarse hacia atrás, pajearse la pija y soltar unos buenos trallazos de esperma sobre su estómago, con los colgajos de semen del cazador colgando por su boca.
Making Of. Tras la corrida, el cazador dejó la cámara reposando sobre su vientre, sin darse cuenta de que aún estaba encendida. Su rabo morcillón, corrido, lleno de babas y lefa, colgaba entre sus piernas. Mariano seguía sentado sobre sus talones, con la polla dura. De su cipote rezumó un rastro de leche que viajó hasta la parte de atrás de su rabo y colgó de él plantándose en los pelos de la base.