Cada vez que un repartidor distinto llamaba a su puerta, Dann Grey terminaba haciéndose una paja en su honor, fantaseando con la posibilidad de meterlo dentro de casa. Ese día estaba preparado para recibir su pedido, la colección de dildos de actores porno con la que esperaba pasar una tarde de lujo hasta acabar con el agujero del culo rojo. La idea de penetrar su culo con montones de pollas famosas, aunque fueran de plástico, le volvía todo un perraco. Lo que todavía no sabía era que iba a acabar con el culo igual de rojo pero por la cachiporra de un completo desconocido.
Cuando el repartidor Jay Carter llamó a su puerta, lo recibió en calzones. Su idea era recoger el paquete, abrir la caja y no perder un segundo para disfrutar de sus nuevos juguetes, pero tras hacer la entrega, Jay se quedó con los brazos en jarra esperando, ¿el qué? se quedó pensando Dann, quizá alguna propina por subirle el paquete al piso. El paquete en el que se fijó fue en el que elevaba voluminoso entre sus piernas.
Entonces Dann se puso nervioso, soltó la caja, le metió un agarrón por los huevos, sorprendiéndose por el tamaño de lo que debía haber ahí dentro, a la medida de ese macho negrazo que le sacaba casi una cabeza de altura y le invitó a pasar al salón. Se dieron el lote. El tio era enorme. Tras varios morreos le calzó la mano en el paquete y notó que le había crecido incluso más. Aquello era simplemente alucinante.
Le desabrochó el botón de la cintura de los vaqueros y los de la bragueta. Hasta sus napias llegó un fuerte olor a polla que le puso cachondo. Tantas horas montado en el camión, tantas horas la pija y los huevos ahí apretados, las meadas a mitad de camino en pleno arcén. Cómo un tio tan bien dotado se permitía el lujo de ponerse unos boxer de tela tan fina y encima sueltos, que con un poco que trempase se le iba a marcar todo creándole un gran problema.
Le fue bajando los gayumbos poco a poco. Un pollón grande se merecía ser descubierto con cautela, recreándose con la vista y todos los demás sentidos. Una gigantesca pollaza negra se quedó expuesta ante sus ojos, encapuchada, venosa, gordísima. Dann se la agarró con la mano, se dio con ella un par de hostias en la jeta como para entender que aquello era muy real y se la empezó a masturbar entre los labios.
Cuando parecía que iba a caberle entera antes de que despertase del todo esa bestia, el pollón creció a lo largo y a lo gordo por lo menos el doble tras contactar con su boca, con lo que se le hizo imposible catapultarla completa hacia el interior de su garganta. Dann estaba de rodillas comiendo polla como una buena puta, abriendo la boca a tope para dar placer a ese gigantesco trabuco de chocolate.
Cualquier otro se habría conformado con el cipote, pero él tenía mucha hambre y se envalentonó para comerse el mayor trozo de carne. Tenía ante sí el enorme pollón de un tio de color y no pensaba desaprovecharlo. Sintió el suave roce de la raja del cipote contra su campanilla, se le abrieron las tragaderas y tragó como un cerdo hasta tener las bolas del repartidor apretadas contra la barbilla.
Estaba comiendo rabo, literalmente. Lo tenía ya colándose por su garganta pero sin poder tragarlo del todo, deglutiéndolo. Al sacarlo de su boca se quedó mirando esa pedazo de morcilla gorda empada con sus babas encima. Repitió de nuevo. Veinticuatro centímetros de polla colándose por el interior de su boca. Agarró los huevazos calientes de Jay y los rebozó contra su barbilla.
Había conseguido olvidarse ya de los rabos de goma de sus actores porno preferidos. Cuando no era él quien se daba las hostias en la cara con el pollón, sino Jay quien lo hacía, la paliza dolía más. Pensó en ponerla en la balanza, seguro que le pesaba un kilo y medio por lo menos. Dann se levantó y se bajó los calzones dejando su culo al descubierto, haciendo ver al repartidor que aquella entrega no iba a ser sólo una mamada, sino que le iba a dejar una propina mayor.
Se la volvió a chupar para lubricársela. El cabrón, que ya se había acostumbrado a tener toda su pija dentro de la boca, agarró a Dann por el cogote y le presionó para tragar a fondo. Dann volvió a quedarse sin aliento hasta donde pudo, porque aquel pollón ya era una cosa enorme y acabó vomitando el rabo, que cayó con todo su peso colgando entre las piernas, gigantesco.
El repartidor había tomado asiento en el sofá por su cuenta. Tenía los pantalones por los tobillos y las piernas abiertas. Dann se metió entre ellas y le siguió chupando el rabo. Había perdido ya los calzones por el camino y tan solo llevaba los calcetos puestos. Había perdido ya la cuenta de los minutos que llevaba limpiando esa tranca, pero estaba tremendamente deliciosa y uno no siempre podía permitirse ver semejantes trabucos en tamaño real, así que se vio en la obligación de sacarle partido, antes de que al día siguiente o cuando ese machote saliera por la puerta de su casa, tuviera que volver a la rutina de siempre.
Dann se puso a cuatro patas en el suelo y dejó que Jay se divirtiera con su trasero. El cabrón resultó tener una lengua prodigiosa. Tras ruborizarle con tiernos besitos en el ojete, lametones y alguna sbatidas profundas con sus larguísimos dedos, le atacó por la retaguardia penetrándose con toda la polla gorda y sin condón. Dann sintió como si se le fuera la vida por algún lugar del cuerpo. Le flojearon las rodillas al notar algo tan jodidamente gordo y grande metiéndosele por detrás, el impacto de unos huevazos pesados y calientes rebotando entre sus piernas.
Joder cómo sonaban los huevos al impactar. Dann se puso cachondo y el ojete se le expandió permitiéndole tragar más rabo. Jay la tenía tan húmeda que de vez en cuando se le salía del agujero y entonces el pollón se paseaba majestuosamente por la parte baja de la espalda de Dann, caliente y estimulante. Dann pensó en ese tiarrón, tantas horas encerrado en la cabina de su camión. ¿Y si le llevase a él todos los días de copiloto para copular entre estaciones de reparto?
Los imaginó a los dos en la cabina, a salvo de miradas indiscretas y cada vez que Jay necesitara echar un polvazo, él estaría allí, dispuesto a sentarse sobre sus piernas y clavarse su majestuosa pollaza dentro del culo para saltar sobre ella y hacerle un buen pajote con sus trasero. Dann podía saltar todo lo alto que quisiera. Esa pija parecía interminable, terriblemente larga.
Acabó abierto de piernas sobre el sofá de su casa, dejándose azotar y follar a pelo por ese macho que necesitaba urgentemente una embestida. Se corrió sintiendo toda esa enorme polla dentro de su cuerpo y volvió a ponerse de rodillas para el regalito final que pensaba hacerle a Jay, ningún otro comparable como tener una cara guapa donde correrse.
Cuando la leche empezó a brotar del cipote, a embadurnarle el bigote de lefa, a taponarle las napias, cerró los ojos esnifando su aroma. No vio llegar el lechazo que descargó sobre su nariz y que se le metió por la boca, ni el que serpenteó dejándole una línea entre los dos ojos, ni ese otro que se le quedó dibujándole una marca en el labio inferior, convirtiéndolo en el niño malo que acababa de sacar tajada del bote escondido de leche condensada.
Tenía la cara cubierta de semen y apenas podía abrir los ojos sin que se le metiera dentro el esperma. Había acabado como un puto cerdo, con la cara corrida y chupando una descomunal polla, con las babas de lefa cayéndole por la barbilla y resbalando por su bigote. Agarró el pollón de ese semental entre los labios y pensó en no parar de mamárselo hasta haberle sacado la última gota y haberlo dejado limpio. Tenía para rato y consiguió que al repartidor se le acumularan los repartos.