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Gang bang sin condones y bukkake lechero de cuatro cerdos para Matias al aire libre | Say Uncle Labs

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Entre varios tios metieron a Matias por la fuerza en la parte trasera de un coche. Cuando le quitaron la capucha de la cabeza, uno de ellos le tenía agarrado todavía por detrás. Al principio sintió miedo, a pesar de encontrarse en un lugar que para él era conocido, un boque donde solía hacer cruising. Luego el miedo dio paso a una sensación mucho más confortable, incluso que le puso cachondo, cuando vio a otros tres machos entre la espesura, semidesnudos de cintura para arriba y con vaqueros o pantalones de chanadal que poco lograban ocultar la empalmada que llevaban.

Todos le miraban desde la distancia, con sus caretas de cerdo puestas, tocándose el paquete, amorcillándoselo a su costa. Se sintió deseado y enseguida supo, cuando el que le tenía cogido por detrás le hundió las rodillas por detrás de las piernas y le obligó a hincar las rodillas en la arena, que no iba a salir de allí sin acabar con la leche de esos cuatro capullos encima de su cuerpo.

No podía verles la cara, pero tenían pinta de ser de su edad, quién sabe si compañeros de clase con los que al día siguiente se encontraría por los pasillos sin saber después si les habría comido la minga. Todos estaban muy bien dotados y alucinó con la polla del primero, que se la sacó por encima de la goma del pantalón de chandal y le rebotó como un plátano, suavecito, gordo y encapuchado.

La empezó a descapullar entre sus labios y pronto los otros tres cogieron envidia, sacándose las porras y masturbándose. Las había de todo tipo, cada una diferente, a cada cual mejor. La del tio que le había agarrado por detrás era parecida a la del primero, algo más larga. Se la jaló hasta besarle los huevos y hasta se dio el gustazo de atragantarse.

La del otro chico con chándal era super gorda, pero más gorda aún era la del que llevaba vaqueros, eso sí que era un puto pollón de los que destrozaban culos y era, de los cuatro, el que más empinada, dura y robusta la tenía. Les chupó las pijas durante un buen rato en el que se fueron turnando su cabeza. Le tenían completamente rodeado.

Al cabo de un rato a Matias comenzaron a dolerle las piernas de estar en cuclillas, así que se levantó y se encorvó para seguir chupando vergas. Llevaba los pantalones por los tobillos y con esa nueva postura se lo había dejado a huevo al de los vaqueros, que aprovechando que tenía ese culazo enfrente, le encajó toda la polla sin condón. Toma ya, la más gorda y grande para abrir camino.

Este cedió el turno al que parecía más guaperas y jovencito por el corte de pelo que tenía. A pesar de todo se la metió como un pro. El chaval además estaba cachas y de los cuatro era el que mejor cuerpazo tenía, musculoso y fibradito, con unos buenos pectorales. El tercero y el cuarto tampoco perdieron el tiempo penetrando su agujero a pelo.

Una vez todos calmaron las pollas en el interior de su cuerpo, fue este último el primero en darle leche. Se pajeó la polla morenota y justo cuando iba a correrse frenó en seco y se la dejó cerca de la jeta. Los perdigones de leche salían a placer mojándole la cara, los morros, impactando con fuerza sobre la tierra bajo sus pies. Le rechupeteó todo el trabuco y Matias, como buen cerdaco, se limpió la boca de lefa con la mano, se dio un repasito por la raja del culo con la misma mano mojada y dio la espalda al chaval para que le penetrara con el lubricante de su leche.

Ellos irían con las caretas de cerdo, pero a eso no le ganaba nadie. Logró ponerles cachondos perdidos hasta confundirles. Se agachó y les siguió chupando las vergas. No parecía importarles que lo hiciera con los labios cubiertos de semen de su coleguita, es más, parecía que lo disfrutaban más así. Matias se corrió donando su esperma a la naturaleza.

Los dos que se estaban pajeando a cada lado de su cara no tardaron en regársela. El guaperillas tenía los cojones bien cargados y le soltó unos buenos chorrazos encima. Le dejó el flequillo lleno de colgajos blancos. El tercer tio de la polla gorda tenía leche para dar y regalar, tanta que hasta le hizo escupir. Con toda en la boca, acudió a comerle el cipote al guaperas. Si querían compartir, iban a compartir pero bien. Al levantarse, la lefa le colgaba y le resbalaba por todas partes. Los cuatro tios y él se quedaron dándose el lote un rato, con las pollas colgando, esnifando el olor de las corridas en plena naturaleza.

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