Si hay un lugar en el que uno puede encontrar mayor variedad cultural y de estilos, ese es sin duda el metro de cualquier gran ciudad. Son las dos de la madrugada y al tren le quedan todavía unas cuantas paradas para acabar el trayecto antes de finalizar el día. Todos los pasajeros se han apeado del vagón excepto dos: Jax y Joey Mills.
No pueden ser más diferentes. Joey es un chaval jovencito, delgado y con ganas de marcha. Va vestido con sus pantalones cortos de algodón, una camisa básica de color negro y sus zapas deportivas. Jax va hecho un pincel, como si acabara de salir de una reunión de altos ejecutivos. También es joven, pero tiene una apariencia de daddy empotrador bien peinado que está a punto de levantar pasiones.
A Joey le suda todo la polla. Iba leyendo un libro ocupando dos asientos. Se lo puede permitir por la hora que es y porque no hay ningún revisor inspeccionando a esas horas. Siempre le han llamado la atención los maduritos atractivos, llama la atención de Jax tirando el libro cerca de él y cuando capta su mirada se agarra el paquete para que sepa lo mucho que le ha molado.
Es su forma de ligar en el metro y sabe que ha tenido éxito cuando el otro tio le sonrie y se empieza a tocar también. Siguen solos, pero cada parada es un riesgo por si sube alguien. Aún así, Jax hace un tiento de acercarse, se quita el zapato y lo acerca a la entrepierna del chaval, notando en la planta de su pie algo duro, grande y caliente.
Se ponen en pie, donde pueden disimular mejor cerca de la barra de agarre del vagón. Se magrean los rabos. A Jax se le está poniendo morcillona y cuando Joey ve que eso empieza a crecer formando una impresionante cigala que va desde la bragueta hasta más allá del bolsillo, se arrodilla, le desabrocha los pantalones y exhala un gritito de gusto al ver la pollaza gigante y larguísima de ese macho rebotando entre sus piernas.
Le sostiene los huevos con la mano dentro de su rugosa bolsa y le come el trqabuco hasta atragantarse. Joey no suele ver muchas como esa, pero cuando las tiene enfrente sabe cómo catarlas. Jax mira inquieto por las ventanas cuando el tren hace otra parada, intentando subirse los pantalones para esconder su pedazo minga, pero no lo hace, necesita ver a ese mamón devorándole toda la pija. Se sorprende de ver cómo de repente un desconocido se la consigue chupar mejor que cualquier otro tio con el que se haya cruzado en su puta vida. No puede sino dejar los ojos en blanco y gemir cuando ve al chaval tragándosela entera, haciendo chocar su barbilla contra sus cojones.
Dos tios se suben al vagón. Parece como si conocieran a Joey o como si no les sorprendiera ver a un tio de rodillas mamando rabo. Siguen a lo suyo. O no se han dado cuenta, lo cual es difícil, o ya están acostumbrados a ese tipo de situaciones a esas horas de la madrugada. Jax no piensa parar si nadie le frena. Ese chico quiere rabo de hombre y lo va a tener.
Le pone mirando contra la barra, inclinando la espalda hacia adelante, le baja los pantalones cortos y le rasga los calzones. Tiene un culito delgado, con un ojete super estrecho y aunque ya presentía que el chavalito estaba muy bien dotado, descubre que no estaba equivocado al ver cómo entre sus piernas le cuelga una picha bien larga. Y esos cojones, pelotas no le faltan. Destacan entre sus piernas como dos bolas bamboleándose.
Jax rebusca en sus bolsillos. No tiene condones, pero el chaval tampoco le pide que se ponga uno, así que se pone detrás de él, le da un par de toques con su enorme polla en el trasero y se la mete entera por el agujero del culo jusrto cuando llegan a la siguiente parada, cuando Jax ha perdido toda la ropa y los dos están desnudos y follando en mitad del vagón.
Uno de los dos tios que quedaban en su compartimento se baja. Antes les lanza una mirada de desaprobación. Debe ser que sí, que está acostumbrado a ver ciertas cosas como pajas y mamaditas, pero a lo mejor Jax se ha excedido follando. Le da igual, ahora están casi solos, apenas queda un guaperas que está de espaldas y escucha música por los auriculares y pueden campar a sus anchas. La penúltima parada todavía queda lejos. Jax toma asiento e invita a Joey a sentarse en las piernas de papá.
Siente cómo su gordísima y larga polla se hunde dentro de ese culo, el calor de los huevos y el rabo de Joey le calientan la barriga. Así, bien juntitos, uno dentro del otro. Hace apenas diez minutos eran unos completos desconocidos y ahora están follando en un lugar público sin poder contener las ganas. Jax enseña a Joey una lección, que la forma de vestir no implica nada acerca de la furia sexual de un hombre, que no por oir de chulito es que tengas más ganas, que no por ir de punta en blanco es que sean un recatado. Le estampa la mejilla contra la ventana y le cruje de lo lindo por detrás.
Mientras le empotra contra el cristal, se inclina hacia un lado para ver las pelotas y la polla del chaval rebotando con cada enculada que le mete. Eso siempre es agradable de ver. Un rato más tarde, Joey no ocupa dos asientos por holgazanería, sino porque está bocarriba dejando que Jax se lo siga follando. Vuelven a la barra donde empezaron a tocarse. Joey se pone de rodillas y Jax se masturba encima de su carita guapa regándosela con su semen.
Joey se levanta con toda la lefa en el gepeto y se casca una paja dejando la barra cubierta de leche. Justo a tiempo. Jax se baja en la penúltima recogiendo su ropa y un nuevo pasajero entra dentro. Ups, se olvidaron de limpiarlo. El nuevo se resbala con la leche de Jax en el suelo y al agarrarse cubre su mano con el esperma de Joey. Joey, que todavía espera la última parada, se le queda mirando con cara de circunstancia. Así es el metro, nunca sabes la leche que te va a tocar.