Dinero atrae dinero, o al menos eso es lo que dicen. Por si acaso era cierto, Diego pasó el fajo de billetes, que el cámara acababa de regalarles por pasar una tarde de sexo, por encima del paquete de su amigo Xstian. Había sido Diego el que había llamado al cazador después de convencer a su amigo de que podían ganar algo de plata por hacer algunas cosas que ya hacían todos los días de gratis, como masturbarse y tocarse mientras veían porno, así que la idea de llenar la billetera por hacer lo que todos los tios hacen, no estaba nada mal.
El cazador ya era perro viejo y si algo le encantaba era poner contra las cuerdas a los chicos que trataban de conseguir dinero fácil rompiéndoles los esquemas. Por eso, cuando Diego se la estaba chupando a Xstian, propuso que lo hicieran al contrario, que fuera Xstian el que comiera rabo. No contaban con que las peticiones del cazador irían más allá de lo que ellos habían hecho siempre o tenían pensado hacer.
La idea de ese chulazo con cuerpo morenito y abdominales marcados chupando el rabo a su colega, hizo que por fin al cámara se le pusiera dura esa tarde. No se equivocaba al pensar que el cambio de roles estaba alterando los planes de esos dos chavales y que esa era una de las primeras pollas que Xstian se comía. Lo hacía muy bien para ser primerizo, dándole a la lengua y succionándola bien con los labios, chupándola como si fuera un polo en verano.
Necesitaba ver a esos dos zagales retozando juntos en la cama, tocándose, masturbándose, besándose. Se los imaginó haciendo un parón en mitad de una sesión de estudios. Quién no ha ido a estudiar a casa de un amigo y han terminado haciendo guarradas propias de hombres a puerta cerrada. Cuando les vio preparados, lanzó otro fajo de billetes sobre el torso de Xstian y le hizo otra proposición indecente.
Poner el culo y dejar que su colega se lo follase. Sonrió y negó con la cabeza, pero terminó a cuatro patas con su amigo preparándole el culazo. Un señor culazo, si se permite la expresión. Redondito, duro, con una raja excelente y un agujero suave y tragón que cuando uno lo miraba sabía que era profundo, apretado y acogedor como pocos.
Cuando Diego se la metió a pelo, se fijó en las expresiones de sus caras. Le gustaba saber si dos tios habían hecho antes algo parecido y por las caras que ponían de gusto y de descubrimiento de nuevos placeres, le encantó ser el maestro de ceremonias de esos dos. Xstian tenía pintaca de empotrador y seguro que ya se la había metido más de una vez a Diego, que parecía más sumiso, pero en hacerlo a la inversa estaba la verdadera gracia del asunto.
Xstian le cogió gusto a eso de chupar polla y a dejarse dar por culo sin condón. Tenía suerte de que Diego fuera un machote empalmando y de que siempre la tuviera lista y dura para él. Verle follándoselo bocarriba era de un vicio muy apetecible, por la forma en que la polla entraba justa e indecente por la preciosa hendidura entre sus nalgas.
Les dejó follando en la camita que había bajo las escaleras, demasiado estrecha para los dos. Se notaba que Diego no estaba acostumbrado a dar cera a los culitos, pero lo estaba haciendo muy bien. Tras media horita, el cazador supuso que esos dos chavales tendrían un buen cultivo de leche en los cojones. Acercó la cámara a la carita de Xstian y le preguntó si quería leche.
Se tumbó en la cama, Diego se acercó a él pajeándose duro con la polla en la mano y apuntando sobre su cara. Tenía buen aguante el cabrón, de hecho podría haber seguido follando durante otra media hora más sin inmutarse y eso que estaba cumpliendo una fantasía inimaginable. Tardó en sacarse la leche incluso con la cara de su colega abriendo la boca, echándole el aliento en el puño y el cipote y rogándole que se la meteria toda dentro de la boca.
Al final salió. Diego sobló un poquito las rodillas, se apartó un poco de la cara de su colega porque intuyó que la cosa venía fuerte y empezó a expulsar leche, mojando primero el hombro de Xstian y luego soltando chorrazos sobre su boca y su mandíbula. Que Xstian después le comiera la polla recién corrida salió de él sin que el cazador tuviera que decirle nada, aunque por el inesperado regalito final le diera enseguida un merecido extra. Ver a otro par de chavales descubriendo nuevos placeres no tenía precio.