Jugar al twister siempre aseguraba unas buenas risas y también mucho morbo al jugar más de dos. La cosa se calentaba a partir del tercer o cuarto movimiento, cuando uno empezaba a espatarrarse y rozarse con los demás en un intento por mantenerse en pie y no perder la partida. Y denudos era todavía mucho mejor. Pip Caulfield, Elio Chalamet y Jorik Tautou amaban ese momento en que manos y pies se distanciaban dejándoles en posición de flexiones y los rabos les colgaban como badajos.
Sí, para unos chavalitos en pleno auge sexual, que se la pasaban casi las veinticuatro horas del día pensando en rabos y culos, aquellos juegos eran una forma de compartir y descubrir junto a los demás. Jorik, el más jovencito del grupo, sabía lo pillos que eran sus dos colegas, pero era eso lo que más le gustaba de ellos. Sabía que se las habían apañado para trucar o hacer trampas con la ruleta cuando escuchó a Pip soltar unas risitas y Elio empezó a rebozarle toda la picha y los huevos por la espalda.
Cómo les guataba jugar con él, sabiendo lo dura que se le ponía al instante con esas cosas. Así pasó, que cuando le sentaron en el tablero de plástico, Jorik estaba empalmadísimo, con un pollón más grande y gordo de lo que acostumbraban los chicos de su edad. Pip y Elio alabaron el tamaño de su rabo. A Jorik eso le gustaba, pero se moría de la vergüenza y la cara se le ponía roja, hasta que Pip metía la cabeza entre sus piernas y le comía todo el pollote.
Qué rico lo hacía, apretando los labios contra el tronco y tragando más y más hasta que se le salían las lágrimas. La polla no era lo único que les gustaba. Eran muy dados a jugar con su culito, con ese ojete rosáceo que se adivinaba en el centro de un agujero rodeado de pelitos. Entonces se lo turnaban y mientras uno le daba de comer rabo, el otro se lo metía por detrás sin condón.
Pip y Elio no sólo querían el rabo de Jorik para mamarlo y deleitarse con sus grandes dimensiones, también lo querían dentro de sus culos, sobre todo Pip, que jadeaba y gemía como un gañán cuando lo tenía bien adentro explorando su interior. Se lo pasaba tan bien que siempre se corría mientras se lo follaba, escupiendo lefa que resbalaba por su puño y su muslo hasta depositarse en los cojones de Jorik.
Jugar, calentarse y follar les daba muchas satisfacciones, pero a su edad lo que más amaban eran las corridas, ver salir unos buenos chorrazos calientes de semen por sus pollas. De dos en dos, se quedaban como perros arrodillados en el suelo, el tercero de pie machacándosela, y en el momento en que se anunciaba corrida, ojitos cerrados, bocas abiertas, buena potencia de saque, caritas mojadas llenas de felicidad. Luego se levantaban y se descojonaban mirándose las caras, descubriendo el morbazo que daba ver sus corridas decorando cejas, pelo, pestañas, mofletes y colgando en hileras pegajosas que se resistían a caer al suelo.