En el fondo Ken Summers no había dejado de ser un niño. Todavía le gustaba despertarse y que le tuvieran el baño preparado, que fuesen otras manos las que le enjabonaran el cuerpo desnudo en la bañera llena de espuma. Solo que estas manos habían dejado de ser femeninas y ahora disfrutaba mucho más de la compañía masculina, de los besitos en el cuello que le daba el chulazo Klein Kerr mientras sentía sus manos grandes, fuertes y calientes rozando su cuerpo y su fornido y musculoso torso cerca de él.
Referente a otras cosas, estaba claro que no era ya un niño, sino todo un hombre bien desarrollado, cuya pija, que se le estaba poniendo durita bajo el agua, lo constataba. Cuándo había empezado a sentir atracción por los hombres y por las pollas, lo desconocía, quizá de siempre, puede que le atrayese ver a una figura masculina desde su infancia meando, con la chorra por fuera de la bragueta, formando parte del misterio que un hombre llevaba encerrado en esa parte del cuerpo, como un huevo kinder sorpresa.
La de Klein era para amarma una y otra vez. Era larga y con el pellejo recubriendo el cipote parecía una butifarra de las buenas. Le gustaba lamerle la polla por la parte baja, mirar hacia arriba y ver su cuerpazo, esos pectorales divinos y esa cara de empotrador guaperas y chulo que tenía, una carita que conseguía abrirle bien el culo. Ese día iba repeinado hacia atrás y estaba cañón, parecía un galán de película.
De película tambié fue su mamada. Le molaba tanto esa pija que se atragantó con ella. La sensación de tenerla toda llenándole la boca, traspasando el fondo de su garganta, era un acto de fe y de amor. A un tio chulazo como ese había que comerle todo. Por mucho que todos los días siguieran la misma rutina, cada mañana no dejaba de ser más excitante que la anterior ni que la siguiente.
Cada mañana entraba en el baño imaginando que era el niño de papá que le proporcionaba unos cuidados muy especiales y se ponía cachondo. La parte que más le gustaba era esa en la que salía del agua, sabiendo lo mucho que a Klein le molaba su bonito culazo redondo y blanquito, y se lo ponía a tiro, húmedo y enjabonado. Le gustaba sentir en su mirada, y en la pasión por la que le besaba y abrazaba, que el tio se ponía como una moto.
Lo que Ken podía disfrutar cada día era un sueño. El momento en que Klein se metía en la bañera, con la mitad de su tronco superior fuera del agua y sus fuertes brazos agarrando los bordes, era una imagen digna de conservar en la retina. Cualquier hombre que hubiera entrado por error en el cuarto de baño estando ocupado, se hubiera quedado embelesado y con un buen bulto en el paquete con las vistas de ese cuerpazo y la cara de ese tiarrón.
Por suerte Ken podía hacer algo más que mirar y tocársela, podía inclinarle y masturbarle la polla con sus labios, merendarle esa butifarra grandota y calentita y zampársela para el desayuno. Antes de que se la metiera, a Ken le gustaba sentir el roce de esa larga longaniza sobre sus nalgas. Lo hacía a posta, porque no podía evitar la atracción que sentía por Klein cuando se ponía detrás de él con todo ese aparato colgando entre sus piernas.
Primero se lo follaba por detrás con fuerza, sin condón y a Ken le apetecía siempre alargar un brazo hacia atrás y agarrarse a sus muslos, unas piernas fuertes y algo peluditas. Le gustaba sentir su contacto, el de un buen machote dándole por culo. Miraba hacia atrás y se gozaba su cara guapa, concentrada en meterle la polla hasta los huevos. ¿Cómo podía Ken amar a otro tio si ya tenía al mejor de todos?
Fuera de la bañera, el grado de excitación iba en aumento. Ken se encargaba de tumbar a Klein sobre un sofá abierto e iba gateando sobre su cuerpo, calentándole, dejando que sintiera su rabo, sus pelotas y el calorcito de la raja ardiente de su culo en la pierna, hasta que se colocaba en posición de montar sobre sus piernas y Klein también cogía la suya de enculador doblando las rodillas e hincando los pies en la parte baja del sofá dispuesto a joderse ese culito.
Entre cabalgada y montura, Ken bajaba a chuparle el nabo. Adoraba meterse entre sus piernas mientras Klein se ponía con los brazos estirados y la espalda apoyada en el borde de la bañera, a cuerpo de rey. Empapada en su saliva, se jalaba toda su polla por el ojete y se la masturbaba con el culo, echándose hacia atrás, para que Klein lo viera todo en primer plano.
En ese momento de calentura, cualquier momento de excitación podía suponer la línea entre sobrevivir o correrse y Ken se corrió por mirar hacia atrás. Fue la visión de los pectorales de Klein, su cara y su pelito mojado. Baño, jabón, una buena pija y para quedarse bien limpito ya sólo quedaba la crema hidratante. Cada mañana era un placer salir del baño así de contento, después de tumbarse en el sofá, ver a Klein pajearse de pie con la cara entre sus piernas y sentir cómo el semen salía de su polla y le dejaba un buen colgajo entre la barbilla y el cuello, le regaba la boquita y le dejaba toda la gomina en el pelo.