El anonimato que le daba una sala a oscuras, no era comparable a nada. Allí Franky Maloney podía ser él mismo, aparcar por un momento su capitanía frente al equipo de béisbol más importante del condado, los comentarios de sus amigos que veían en él a un chulazo empotrador de coños y esa lista de espera de chicas y también chicos que al ver su guapísima cara y su cuerpazo fornido y musculoso, lo único que deseaban era revolcarse con él en la cama.
Bo Sinn no lo hacía por su anonimato, sino por puro placer, para hacer un regalo como caído del cielo a chicos que necesitaran un rabo descomunal que llevarse a la boca o con el que rellenar los ojetes de sus hambrientos culos. Cada uno con un motivo diferente y, sin embargo, allí estaban, coincidiendo en aquel momento y aquel lugar para dar rienda suelta a sus más bajos instintos.
Bo se quedó un rato mirando a ese tio que estaba a cuatro patas en mitad de la habitación casi a oscuras. Entre la penumbra no podía dejar de observar ese cuerpazo que se contoneaba hacia adelante y hacia atrás, con unos calzones abiertos por el trasero. Ese culo necesitaba una polla como la suya, una que ahora estaba bien dura acoplándose al lateral de los calzones, casi saliéndose por su cadera.
Se acercó a él y esperó a bajarse los gayumbos en su presencia. El gigantesco pollón salió duro y empinado rebotando de lado a lado. Franky se encargó de parar ese metrónomo agarrándolo por la base, relamiéndolo de abajo a arriba y metiéndoselo dentro de la boca. Era un pito enorme, el más grande que había visto en su vida. Bo le apresó la parte posterior de la cabeza a dos manos intentando que se la tragara entera, pero con ese tamaño de cipote, era imposible pretender que le entrara por la garganta.
Se dedicó a amarle el pene con los labios, descapullando una y otra vez su precioso cipotón, abarcando con la mano la parte que su boca no podía alcanzar, metiéndole una buena paja. Bo se echó las manos a la cabeza. Aquello era una locura. La de veces que habría dado rabo a tios en esa sala y este era el primero que le estaba llevando a un punto de no retorno. Era su musculoso cuerpo, cómo se le marcaba el biceps justo con la mano con la que le estaba masturbando la polla, su cara de machote, el raspado del rabo contra su barbita, la intimidad que proporcionaba esa puta habitación en la que sólo parecían existir ellos dos.
Y hasta en una sala así de particular había reglas. Lo ponía bien claro en la puerta antes de entrar. Da de comer rabo al tio que te espere dentro y si le mola te invitará a su cama. Pero Bo dio por entendido que estaba más que invitado. Se quitó los pantalones, se puso de rodillas en el colchón de sábanas de satén negro y dejó que ese mamón se inclinara otra vez para comerle toda la santa polla.
Estaban los dos tan a gusto que parecían no necesitar nada más. Mamada, pajote para tomar aire, Bo que agarraba de nuevo mesa cabeza intentando un imposible, a veces reteniendo el impulso de agarrarle mucho más fuerte y obligarle a meterse su polla por la tráquea. Pocas veces se había enchochado tanto de un tio como para desear que le amara así la verga. Franky no vio su gesto de rabia, cuando casi acercó las dos manos a su cabeza para hacerle tragar.
Le dio la vuelta y se la clavó a pelo. Había metido apenas el cipote y un trozo de rabo cuando se dio cuenta de lo cerrado y duro que tenía el culo ese cabrón. Franky se echó hacia adelante, rechazando de forma natural y lógica esa polla que podría destrozarle el ano. Los culos son listos, pero todavía son más puñeteros y a todos les gustaba una polla que les diera caña.
Bo volvió a meterla, pero esta vez no iba a dejarle escapar. Iba a cumplir como el macho que era, con lo que se esperaba de él. Franky se retorció de dolor y gusto al sentir el grueso de esa gigantesca polla penetrándole por dentro. Agarró las sábanas con fuerza y sumergió la cabeza entre ellas intentando contener los gritos y gemidos. Bo le colocó una mano en el hombro alargando el brazo, justo a tiempo para tranquilizarle y para hacerle comprender que era su amigo, no su enemigo.
Hizo bien. Franky se puso de nuevo a cuatro patas y Bo de pie detrás de él jodiendo el culo sin condón al capitán del equipo. Las vistas que tenía desde su posición eran realmente impactantes. Ese culazo grandote y redondo, con la rajita como la de un melocotón, su monstruoso y firme pene tatuado haciéndose un hueco en esa estampa tan bonita. Le cogió por la goma de los calzones como si fueran las riendas de un caballo y le montó por detrás como un buen jinete.
Franky tenía otra norma no impuesta en esa sala. Nada impedía mirar a la cara al otro tio si este no llevaba máscara, pero él no solía hacerlo por miedo a enamorarse más de lo debido de otro hombre y necesitar su presencia otro día sin saber si iban a volver a encontrarse. Por eso prefería vivir el momento, que se lo follaran con ganas y salir de allí sin ningún tipo de atadura.
Con Bo no pudo evitar romper sus reglas. Tenía que ver la cara del dueño de esa pedazo de verga enorme. Aprovechó que estaba follándoselo bocarriba para observarle de cerca. Primero dirigió su mirada hacia su torso, tatuado como el suyo, mucho más que el suyo, musculadito, con los abdominales bien marcados, un follador nato. Por fin le miró a la cara. Super atractivo, unos ojazos de auténtico vicio y pelo rubito y corto.
Se estremeció de gusto, elevó la cabeza para mirarle de nuevo de un solo vistazo de arriba a abajo y no podía dar crédito al pedazo macho que tenía ante él entregándole todo, con esa pedazo picha descomunal toda para él dentro de su culo. Además de atractivo, cachas y pollón, tenía un aguante como pocos. Franky jamás había permanecido en esa habitación oscura tanto tiempo. La mayoría de tios se corrían a las primeras de cambio cuando todavía se las estaba mamando, otros al poco de habérsela metido por el culo, pero a ese tiarrón todavía le quedaba energía para seguir follando.
No supo si era consciente del tamaño de su rabo, de que esa forma de tratar a los tios como si fueran putillas, ordenándoles cómo mamar o cómo ponerse para follarse su polla, le daba un morbazo increíble. Cuando salió del interior de su ojete y caminó unos pasos para tumbarse en el colchón, Franky no pudo dejar de mirar su larguísimo y voluminoso pijote meciéndose entre sus piernas, todo duro, como si poseyera una tercera pierna.
Le hubiera encantado ralentizar ese momento para disfrutar del exquisito movimiento de esa polla, pero todo había pasado demasiado rápido ante sus ojos. Para entonces Bo ya estaba tumbado, se estaba agarrando la polla, pajeándosela y poniéndola en vertical para que Franky sentara su pomposo culazo encima. Franky obedeció sin rechazar la oferta, le dio la espalda, hizo una sentadilla y se empaló en su mástil.
La paja que le hizo con el culo le volvió loco. De repente sintió cómo le agarraba por detrás de la goma de los calzones y le obligaba a ponerse de nuevo a cuatro patas. Sintió el calor de sus fuertes muslos apresando sus nalgas entre medias y luego su barra de carne penetrándole desde arriba. La sintió completa, sus duros y cargados huevos estampándose contra sus cachas.
Después de un rato, cuando le sacó el rabo para recomponerse, Franky sintió cómo una bocanada de aire fresco penetraba por el interior del enorme agujero que le había dejado en el esfínter, empapado en sudor a polla. Cuando volvió a salir de su agujero lo hizo para soltar unos gemidos que acompañó con una lluvia de lefa decorando sus nalgas y sus muslos.
Con la polla todavía endurecida, se aprovechó de la lefa para metérsela dentro de nuevo. Luego le dio una palmada en el culo dejándolo tumbado bocabajo y se largó por donde había venido. Franky se quedó allí un ratito más, meneando todavía el trasero, como una lagartija a la que le han cortado el rabo pero que todavía siente que está ahí, rememorando la dureza de esa descomunal pollaza, su ritmo al penetrarle, la rabia en la mirada y las expresiones de ese chulazo haciéndole suyo. Ese tio le había dejado huella y sólo tenía que alargar una mano hacia su trasero para recogerla y relamer todo su jugo.