En un ambiente cálido, rodeado por la naturaleza, con esos cuerpazos y bien dotados, los brasileños habían nacido para follar. Ricardo Baiano se acercó a Souzza Ramon que estaba junto a la piscina. La atracción por él fue instantánea. Su carita guapa, la barbita, esos labios que tan bien sabían estrujar una polla, el paquete bien marcado en los slips blancos y ese cuerpecito, pequeño para él porque le sacaba más de una cabeza, pero tan musculoso y riquísimo.
Se inclinó y se dieron un buen morreo. Ricardo dejó claro en ese beso que necesitaba meterse dentro de él. Le buscó la lengua, atrapándola entre los labios, humedecíendola más de lo que ya estaba, quizá intentando decirle sin palabras que iba a necesitar saliva de apoyo para lo que estaba a punto de llegar. Se excitó tanto con el lote que se dieron que la polla estaba a punto de rebosar por sus calzones.
Al sacársela, la tenía ya completamente dura, inclinada hacia arriba, completamente tiesa, morenota, con las venas hinchadas alrededor de ese pollón gigantesco de veintitrés centímetros que Ramon intentó tragarse y colar por su garganta. Podía escucharse el chapoteo de ese cipote abriendo hueco en ella, haciendo tope una y otra vez.
No recordaba Ricardo que un tio le hubiera colocado la polla en esa situación tan comprometida en tiempo record. La tenía a punto de reventar y estaba seguro de que se le habá escapado algo de precum de las ganas que le tenía a ese chavalito tan guapo, al sentir el contacto de sus labios carnosos y suaves rozando su verga, puede que se lo hubiera dejado sobre los pelos del bigote.
Qué boquita tenía, cómo se la atrapaba y se le quedaba mirando, embelesado, deseando nutrirle de leche. A veces abría la boca a tope y le dejaba penetrarle la garganta. Ricardo echaba la cabeza hacia atrás, culeando su boca, colando parte de su rabo por la tráquea, escuchando el soniquete incesante del topeteo, el sonido de una buena mamada con garganta profunda.
Dejó a Souzza donde estaba, de rodillas sobre el banco, mirando hacia el respaldo que daba a la piscina y le rodeó hasta quedarse detrás de él. En el camino fue meneándose la polla, más dura y preparada que nunca. No le iba a hacer falta un condón. Bajó los calzones a Souzza y destapó su impresionante culazo. Le estampó la polla encima del culo y de la espalda y se la rebozó por encima para que la sintiera gigante y caliente, también para comprobar él mismo, hasta dónde le llegaría bien adentro una vez que se la metiera entera. Y hasta el estómago le llegaba seguro.
O puede que no, porque lo siguiente que hizo fue penetrarle y se dio cuenta de que el camino iba a ser complicado, porque el agujero quedaba apretadísimo debido a las dimensiones de su jodida tranca. Ricardo intentó que se relajara y que Souzza abriera hueco acariciándole el culete. No tenía nada que temer, sólo le estaba metiendo por el agujero un pollón de veintitrés por siete de diámetro.
A base de caderazos fue metiendo el churro y Ramon cada vez gemía más fuerte y más intensamente al sentir algo tan grande dentro de él. Cuando Souzza se quitó la camiseta y Ricardo vio ese cuerpecito musculoso con unos pectorales de lujo y sus tetillas duras, comprendió que la meta no era encajarle la polla entera, sino disfrutar de metérsela a ese chaval tan guapo.
Se subió al banco de pie y le protegió a pollazos el culo que tanto amaba, ahí entre sus muslos. Era casi indecente mirar ese pedazo de rabo descomunal penetrando un orificio tan pequeño, pero ahí estaba Ramon, con las piernas semiabiertas, recibiendo ese pollón gigantesco por todo su ano, con un zagal que le doblaba en tamaño aprovechándose de su riquísimo culo tragón.
Souzza se puso a cuatro patas en el banco y Ricardo de nuevo detrás de él. Esta vez se la metió entera y en lugar de conformarse con dejarla dentro y follárselo con una parte dle rabo, el cabrón empezó a sacarla y metera por completo cada vez que lo empotraba. Veintitrés centímetros de auténtica pija saliendo y entrando enteros por su orificio. Ramon seguía sin poder dejar de gemir, sumergido en un baño que mezclaba parte de dolor pero cada vez más parte de gusto, tanto que, cuando Ricardo se la sacaba del culo, su ojete se quedaba latiendo esperando que se la volviera a encajar de nuevo.
Ricardo se sentó en el banco y Souzza sobre sus piernas empalándose en esa tranca, pajeándola duro con su culazo, saltando y tragándosela entera. Ricardo acercó la mano al punto de contacto sobando el culo y su rabo, como para comprobar que era cierto que ese pequeño cabroncete tan atractivo se la estaba comiendo entera. Tras unos cuantos saltos volvió a tocar el punto de unión. No podía creerlo pero sí, la polla estaba dentro por completo y las paredes de la entrada del ojete estaban tocando la bolsa de sus rugosos y cargados cojones.
A Ricardo siempre le había gustado jugar en el recreo a la carretilla. Eso de coger a los tios por los muslos y ver cómo se mecían sus nalgas marcadas en los pantalones de chándal le ponía cachondo y al final siemnpre terminaba cascándosela en casa al llegar del colegio, hasta que se hizo mayor y en lugar de hacerse una paja pudo follarse a esos tios en esa postura.
Hizo a Souzza colocarse bocabajo, apoyado con los codos mirando al suelo y las piernas en el banco. Ricardo se puso de pie sobre él y le taladró el esfínter desde arriba. La imagen del culito apretado tragando su descomunal rabo no tenía parangón. Cuando Souzza se vencía y casi acababa por los suelos reventado por esa polla, Ricardo le levantaba de nuevo con una mano para seguir penetrando su apretado culo.
Tenía la leche a punto de salir. Se puso de pie frente a Souzza, que estaba de rodillas, y le dejó comerle los huevos mientras él se la pelaba encima de su guapísima y atractiva cara. Apretó la cara contra su rabo para que lo oliera y l sintiera bien cerca y se fue excitando por momentos, cada vez machacándosela con más lujuria. En cuanto Souzza vio el primer lechazo salir disparado hacia el frnete, colocó la cara en posición para recibir el siguiente, que hizo una parábola mojándole la comisura del labio, el bigote, la mejilla y el hombro.
Dejó abierta la boca y sacó la lengua, que se le fue llenando de leche a medida que los lingotes blancos se mecían en el puño de la mano de Ricardo y caían como miel sobre ella. Al cerrar la boca, toda la leche le rebosó por los morros y aprovechó la lefa en sus labios para chuparle la pija recién ordeñada. Ricardo se le quedó mirando, todavía recuperándose de la corrida, observando los morros de ese chico tan guapo ahora decorados con su semilla por todas partes.