Pues la verdad que ir al cielo no era tan buena idea. Puede que por Devy, el monísimo chaval que aguardaba a las puertas del purgatorio, mereciera la pena, pero desprovistos de un rabo quemenearse mirando su especial atractivo, iba a ser que Adrian Hart y Felix Fox preferían ir directos al infierno, donde seguir probando las virtudes carnales y donde los hombres malotes estaban hechos para correrse.
El susto que ambos se llevaron al ver que les habían arrebatado sus atributos masculinos, volvieron a recuperarlo al caer a los abismos. Allí estaban de nuevo entre sus piernas, sus largas y gordas pollas empalmadas, preparadas para la acción, recibidos por el mismísimo diablo que estaba en su trono con el rabo por fuera de la bragueta bebiendo alcohol y meneándosela.
A luci siempre le agradaba tener nueva compañía y encerraba a los hombres en jaulas, sacándoles de ellas con la condición de que le regalaran un espectáculo digno que le mantuviera la erección. Adrian no sabía si podría contentar a un ser que habría visto danzar ante sus ojos millones de almas, pero vaya que si lo intentó y además con buen acierto. Tener un cuerpo musculadito, negro y una pija impresionantemente larga, que no paraba de menearse entre sus piernas provocando como una perra, ayudo no sólo a que el diablo quisiera tenerlo más cerca, sino que hasta Felix se enamoró de sus movimientos.
Tras varios milenios, el maligno prefería disfrutar mirando que probar a los mortales en sus propias carnes. Tan débiles, pocos podían resistir sus embestidas y el infernal calor de su descomunal rabo, tan inmenso que, algún ser que logró escapar de los infiernos, se encargó de difundir su tamaño. Liberó a Felix y les dejó que intimaran frente a sus ojos.
Aunque Adrian podría haber hecho un buen agujero en el trasero del blanquito, a belcebú le sorprendió que la tortilla se diera la vuelta y que fuera Adrian el que se colocara a cuatro patas frente al trono para que Felix le diera por detrás. Al ver esa polla firme, dura y blanca penetrando el culazo negro, satanás sintió de nuevo el placer carnal que hacía tiempo tenía olvidado y un flujo de semen le inundó los cojones.
Tenía que tener el culo muy rico y muy apretado para que a Felix se le descompusiera el rictus de esa forma, temblando y con los músculos marcados en tensión. Si Felix la tenía dura, parece que se le puso aún más y tuvo que cambiar de postura para amoldar su empalmada y arremeter ese agujero. Se apoyó en un pie y se abalanzó encima de Adrian ajustando su empinada polla en dirección a ese hueco tan calentito y estrecho.
Calmadas sus ganas de follar, dedicaron un rato a limpiarse los sables. La forma en la que Adrian adoró la gorda minga blanquita entre sus gruesos labios era demencial y ver a Felix digiriendo por completo la larguísima pijorra de Adrian, colándosela entera por la garganta hasta besarele los huevos, hizo que al demonio le saliera definitivamente el flujo blanco a través de su rabo.
El pollón de Adrian era perfecto, uno de los rabos más bonitos que habían pasado por delante del trono infernal. Bonito cuando otro tio se lo estaba comiendo, bonito cuando colgaba entre sus piernas y se mecía entre ellas de lado a lado, produciendo un cortocircuito mental en quien miraba, pues no era fácil entender cómo un tio algo más bajito podía tener semejante vergón ahí abajo.
Y a pesar de tener algo tan descomunal, siguió dejándose follar, esta vez montando sobre las piernas de Felix, saltando, dejando su polla a merced del viento, dura, dando bandazos, sus cojones rebotando, bien cargados de leche.
Por fin ocurrió. Felix se puso a cuatro patas y se rindió al tamaño de esa gigantesca polla negra y venosa. Adrian dobló un poco las rodillas apuntando hacia su ano y lo penetró, palmeándole las nalgas con sus grandes pelotas colgantes. Sería más pequeñito que su presa, pero el mango que tenía era más grande y con él llegaba a todas partes. Se inclinó hacia el cuerpazo de Felix apoyando el torso encima de su espalda y le cubrió por detrás a pelo.
Después de un rato recibiendo por detrás, los dos se quedaron follando de pie. Felix tenía la mirada perdida, loco de placer. Se agarró la pija, se la peló y se corrió de forma abundante desperdigando su semen por la sala del trono. Adrian se la sacó del interior del culo y se corrió encima de su espalda y su redondito pandero. Lucifer se levantó y se corrió encima de sus caras con abundante leche, apreciando lo que habían hecho por él. Adrian y Felix estaban contentos por tener las pollas en su sitio, por ser mortales. No echaban de menos el cielo, pero de vez en cuando fantasearon con Devy, el guardián de las puertas, que estaba bien rico.