Me metí en la ducha con Yah Jil. Le dije que era para ahorrar agua, que los dos éramos hombres, que no había nada de lo que preocuparse, pero la realidad era que quería verle desnudo. Habíamos estado jugando en la cancha de baloncesto al aire libre y cuando se quitó la camisa y dejó a la vista su perfecto y definido torso tan masculino y algo peludete, me entraron los calores.
No pude concentrarme en el balón porque ahora sólo podía imaginármelo desnudo y más cuando vi que no llevaba calzones, que al estar parado se le dibujaba el contorno de la picha sostenida sobre las pelotas y al moverse no paraba de dar bandazos, sacudiendo la tela de las bermudas que llevaba puestas, lo cual significaba que larga la tenía que tener un rato.
En la ducha nos dimos cuenta de que éramos hombres y débiles. Igual que me pasó en la cancha, no pude retirar mi vista de su cuerpo. Me fijé en detalles que alimentaron mi apetito por él. Su pelo negro y mojado, su oreja, la cadena que llevaba al cuello, la perfecta forma de su torso, hombros anchos y fuertes, la forma en la que el agua caía por su cuerpo y se deslizaba por sus musculosos pectorales, los pelitos alrededor de las tetillas.
Estaba tan ensimismado que, cuando alzó la cabeza y me miró a los ojos, sentí amor de verdad. Él se había tomado en serio eso de que éramos dos tios compartiendo ducha y nada más, aunque para mí sí era algo más. Como harían un par de amigos desnudos en las duchas, Jah Jil empezó a masturbarse delante de mí, esperando que yo hiciera lo mismo.
Me fijé en su larguísimo pollote morenote, morcillón, colgando entre sus piernas. Le tenía tan cerca de mí, la mano agarrando ese pijote, poniéndosele dura. Con cada pajotazo me azotaba en el muslo con el puño, me miraba. Me fijé en su boca entreabierta gozándolo, exhalando gemidos apagados. Mi polla también se había puesto bien dura y escondí mi atracción por él con una fingida paja camuflada entre amigos, aunque me la estaba haciendo en su honor.
Estábamos cansados y nos echamos la siesta tras esparcir nuestro semen por la ducha viendo cómo los mecos se colaban por el desagüe. Nos la echamos completamente desnudos. Su cama estaba enfrente de la mía. Me hice le dormido pero mantuve un ojo avizor mirando su cuerpo. Estaba de lado, casi bocabajo. Tenía las piernas separadas, una rodilla flexionada, lo que me permitía ver su culazo y entre sus piernas los huevos y la polla dormitando.
Vi cómo se revolvía en la cama, incapaz de pegar ojo y jugaba a solas. Se llevó una mano al pandero y acicaló con la yema del dedo el ojete de la entrada de su ano. Luego se dio la vuelta y, después de esnifarse y lamer su propio sobaco, se hizo la segunda paja del día. Esta no fue tan rápida como en la ducha, sino meditada y disfrutándola cada segundo.
Me encantaba la forma de su polla y por lo visto a él también, porque no dejaba de mirársela y castigarla, estrujándola con el puño, corriendo el pellejo del rabo hacia arriba, sacándose el precum, poniendo la yema del dedo justo en la raja y separándolo, apreciando cada movimiento que dibujaba la hilera de semen entre su cipote y su dedo para después llevarse el néctar a la boca metiéndose el dedito y rechupeteándolo con gozo.
Lo hizo varias veces. Tenía la polla lubricadita con su propio semen. Se puso bien cachondo y empezó a pajeársela de forma demencial, gimiendo en alto, un macho a punto de sacarse la leche de los huevos. Se tumbó y no paró de cascársela hasta sacarse una leche más espesa que antes, con menos cantidad pero de mayor calidad. Juro que me entraron ganas de tragarme mi orgullo de fingido colega y nada más, levantarme y ayudarle a limpiarse la lefa de encima antes de que fuera al baño a por papel higiénico.