Encantados y entusiasmados con la idea de estar en el castillo donde una vez Tommy Defendi se folló a Dato Foland en el ala de las ruinas del castillo y le reventó la cara a lefazos, Danny Defoe y Liam Efron posan juntitos y desnudos para la cámara, pensando qué harían si un machote como Tommy les pillase a los dos por banda. En aquel momento todavía apenas tenían pelos en los huevos, pero ahora, convertidos en dos hombrecitos, sin dudarlo le darían sus culos para satisfacerse.
Las churras les cuelgan todavía flácidas y encapuchadas en el momento de conocerse, pero a medida que van ganando seguridad e intimando, con algún que otro beso que era irremediable que llegara al estar tan cerca y tener las hormonas a tope, sus rabos van creciendo, alargándose, engordando y endureciéndose con cada mirada, con cada caricia y cada pensamiento.
Durante el paseo por los exteriores y el ejercicio de pesca en el estanque, evitan mirarse ahí abajo, pero cuando lo hacen saltan chispas. Se les ve a la legua que están deseando conocerme mucho mejor, así que el fotógrafo se retira y les deja hacer cosas de chicos en el porche, donde se sientan en unas sillas de mimbre y se la empiezan a cascar compulsivamente, esta vez sin quitarse la vista de encima, disfrutando con todo lo que tienen.
Cada uno con la suya, pero cruzando algún beso espontáneo, alguna mano que se escapa al muslo contrario y cuya caricia es inestimable para que las pelotas se rellenen de leche y rebosen a punto de explotar. Se dejan la leche encima de sus cuerpos y, con los rabos todavía duros y meciéndose de lado a lado, con unas sonrisas de oreja a oreja de esas que sólo te dejan una buena paja, andan en dirección a las duchas.