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Diego Reyes se folla a pelo el culazo de Manuel Reyes y le mete un facial de ocho lefazos cargados de auténtica leche de macho | MEN

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La facilidad que Diego Reyes tenía para distraer a Manuel Reyes del trabajo era increíble. Acercándose sigilosamente por detrás del sofá, primero podía sentir su mano varonil y fuerte acariciando su cara y luego los besitos en el cuello, los gemiditos en la oreja, el raspado de su barba, el inestimable aliento de su boca y un buen morreo metiéndole la lengua y los labios hasta adentro.

Era buen novio y mejor amante. Sabía cómo ponerle cachondo y a aquello ya nadie le podía echar el freno. Le abrió la camisa admirando su torso de pelo en pecho, le comió el pectoral y la tetilla que tenía más al alcance. Diego se echó hacia atrás, dejándose caer de espaldas sobre el sofá, se echó mano al botón de los pantalones, se los bajó por los muslos y una polla morcillona, a punto de ponerse dura, salió de sus calzones fostiándose contra su estómago.

Manuel se inclinó hacia un lado y se la mamó. Se la comió hasta los huevos hundiéndola entera dentro de su boca. Le encantaba meter el hocico en la bragueta de un tio, comerle la pipa y sentir en sus mejillas el roce de la tela de los vaqueros, el frío metal de la cremallera raspando su barba. Aun cuando ya le dejó la polla bien dura y formada, le echó un par de huevos y s ela tragó entera, provocando un gemido de gusto a Diego que le hizo posar la mano encima de su cabeza, intentando frenarle en vano.

Al sacársela, Manuel tomó una bocanada de aire fresco y se quedó mirando a Diego, peguntándole con la mirada si le había gustado. Como respuesta recibió una sonrisa y un beso y volvió a inclinarse para practicarle de nuevo esa mamada de garganta profunda que le había encantado. Menudo pijote le había dejado bien duro y grande entre las piernas. Pudo fijarse en lo voluminoso y gordo que era cuando se pusieron de rodillas en el sofá desnudándose.

La polla le rozó el vientre. Estaba durísima y caliente. Manuel se dio la vuelta y con los pantaloncitos por los muslos le dejó ver su precioso culo. Diego le acarició todo. La espalda, las nalgas, le metió mano entre las piernas sobándole los huevos y el rabo, cascándole un pajote mientras le devoraba el agujero del culo. Sintió su lengua húmeda intentando abrirse un hueco por la superficie, el raspado de su barbita, su aliento y unos dedos juguetones que le palmeaban el ojete como un enfermero preparándole para el pinchazo.

Vio cómo se situaba de rodillas detrás de él, colando una pierna entre las suyas, apoyando firmemente una rodilla en el sofá y luego sintió su polla dura y caliente penetrando su ano. Empezó a follarle, a culear sin freno. Manuel alargó un brazo hacia atrás y palpó ese fornido torso de super héroe. Diego se aferró a los hombros de Manuel con ambas manos y le dio amor del bueno.

Por culo, por detrás, incrementando el ritmo, Diego parecía una taladradora y estaba dispuesto a dejar su huella, un buen agujero en ese culazo infernal creado para satisfacer a los hombres y en especial a él. Les gustaba mirarse, tomar contacto visual y excitarse juntos. Diego se recostó el el sofá y Manuel se ensartó de lado en su polla erecta saltando sin control, dejando suelta su polla que rebotaba arriba y abajo, de lado a lado, rebozándose por el muslo de Diego.

Al principio la tenía morcillona, pero unos saltitos después se le puso dura y la que volaba al viento era ahora una pija monumental, el patito convertido en cisne. Manuel se dio la vuelta y le puso las cosas más difíciles. Ahora estaban frente a frente, comiéndose con los ojos, deseándose. Diego lo tuvo realmente complicado, teniendo que aguantar ese culazo pajeándole la polla y un rabo enorme apretado y deslizándose por sus abdominales.

Intentó aguantar concentrándose en la mirada de su chico, tomando las riendas, volteando a Manuel dejándolo tumbado en el sofá, abriéndole de piernas y penetrándole sin condón. Manuel sentía auténtica pasión por los ojazos de Diego, por su carita guapa, por su cuerpazo. Estaba en la postura perfecta para ser espectador de primera, para dejarse llevar y sacarse los cascotes de los huevos.

Al sentir que le venía el gustito, gimió, se le nubló la vista y apenas acertó a ver que Diego salía en ese momento de su interior para acercar la cara a su polla. Se corrió encima de su jeta, los mecos desperdigados por su barba, en su cuello, en su bigote. Rebozó la barbita por el rabo y aspiró fuerte por la nariz, impregnándose con el olor a semen.

Se incorporó, avanzó un paso hacia adelante pajeándose encima de la cara de Manuel y le disparó sin control, en toda la cara, jodiéndosela a chorrazo limpio, haciendo impactar sus lefazos en la barba, en los agujeros de la nariz, acertando de lleno con un disparo hacia el interior de su boca que se coló por su garganta obligándole a tragar. El cabrón no paraba. El cuarto chorrazo salió tan potente que se perdió por encima de la cara de Manuel, más allá del sofá, mojando el suelo. Los últimos cayeron sobre el bigote y el interior de su boca.

A Manuel no dejaba de impresionarle esa potencia de saque, esa cantidad de leche que le dejaba siempre la cara tan sucia, haciéndole el hombre más feliz del mundo. Lo bueno llegaba al final, cuando él se acercaba a su cara y se besaban, juntando sus barbas pringadas de esperma, los mecos incrustados entre los pelazos negros, relamiéndose la lefa, besándose con todo ese caldo de macho mojando sus caritas guapas.

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