Apenas podía pegar ojo, revolviéndose entre las sábanas. El agujero del culo le ardía de placer. Valentino Sistor se puso a cuatro patas y jugó con sus dedos imaginando que eran las manos de otro hombre desnudándole por la parte de atrás de los calzones, descorriéndoselos y dejando a la interperie su hermoso culazo. Al mirar atrás, se encontró con su compañero de piso, Guillaume Wayne, que miraba atentamente cada uno de sus movimientos, con una buena trempera armada en los ceñidos calzones que llevaba puestos.
La tenía tan larga y dura que le tiraba de la tela hacia abajo, pasándole entre las piernas. Lo gozó cuando Guillaume se acercó por detrás y le arrimó toda esa poderosa erección restregándola contra su muslo. A Valentino se le escapó un gemido apagado cargadito de amor. Se contoneó hasta que ese paquete se quedó justo en el hueco de su raja.
Ya no estaba solo, ahora eran dos los que retozaban encima de esa cama, haciendo rozar sus cuerpos uno por encima del otro, besándose con pasión. Valentino colocó a Guillaume justo debajo, se montó encima de él y saltó sobre sus piernas sintiendo el poder de ese pito que todavía se ocultaba bajo la tela de los gayumbos, pero que se intuía grande y poderoso luchando por salir de su encierro.
Se la sacó por un lateral y por fin vio el impactante tamaño de ese descomunal pene, largo, grande, gordísimo. Se lo metió dentro de la boca y lo empezó a amamantar tragándoselo hasta las pelotas, quedándose sin respiración durante unos segundos, sintiendo cómo ese pollón se le clavaba hasta lo más hondo de su garganta. Al sacarlo, las lágrimas acudieron a su encuentro. Llorar por un rabo merecía la pena si era tan gigantesco como ese.
El cuerpo de Guillaume no podía ser más bonito ni estar más rico. Alto, de complexión fuerte y atlética, descubrió su six-pack bien marcadito mientras se quitaba del todo los calzones. Le puso contendo descubrir su culito blanco, redondo y musculoso, al que seguro echaría mano cuando le estuviera poseyendo por dentro. Guillaume se puso de pie sobre la cama contra el respaldo, cogió la cabeza de Valentino y le obligó a comerle toda la polla otra vez.
Era lo que pasaba cuando a un tio le hacías una garganta profunda a las que no estaba muy acostumbrado por el tamaño de su miembro. Lo único que podía hacerle cambiar de idea era hacerle una buena comida de huevos. Valentino le levantó los cojones con el pulgar y se los fue metiendo en la boca de forma alternativa, estirando de ellos, mirando a Guillaume a los ojos para discernir en los gestos de su cara cuánto le gustaba que le comieran las pelota de esa manera.
Pero no era fácil olvidarse del cariño que proporcionaba una boquita mamona como la de Valentino. Le puso sobre la cama, con la cabeza hacia el borde y se la penetró. Qué bonitas las vistas con la cabeza metida entre sus piernas. Sintió tanto amor por la tranca de ese machote que no se lo pensó dos veces, arrampló con toda la polla, se la metió por la garganta y la dejó allí un rato, morreándole los huevos aplastados contra su boca, su bigote y su nariz.
Al dejarla salir, la picha salió disparada hacia el frente, toda durísima. Valentino tomó aire y mientras lo hacía vio esas bolas ahí colgando encima de su cara. Las atrapó entre sus labios y las estiró hacia abajo dentro de su bolsa cargada de semen. Volvió a hacerlo. Una y otra vez. Arcadas contenidas, algún mordisco. Era casi una necesidad básica sentir las pelotas de ese cabrón rebozándose por los pelos de su bigote.
Mientras se lo hacía, Guillaume no paraba de gemir de gusto. Ya le había elevado el trasero y le estaba colando los morros por la raja, los dedos. Se tumbó encima de su cuerpo atlético y caliente rebosante de energía y dejó que le trabajara el culo a escupitajos. Lo siguiente que hizo fue clavarse su polla sin condón por el ojete y tumbarse de espaldas contra ese torso firme, dejándose caer sobre el cuerpazo de ese empotrador.
Puso los pies encima de sus rodillas y empezó a saltar. Enseguida le flojearon las piernas, entonces Guillaume tomó el control y le culeó desde abajo. Valentino sintió que perdía el control sobre su cuerpo. Esa polla era exageradamente grande. Se le escapó algún improperio por la boca y cuando intentaba recuperar la parte básica de su ser, Guillaume le cogía por los muslos y le calentaba con otra mansalva de pollazos que le dejaban KO.
Se rindió por completo, gimiendo como una buena puta, dejándose caer sobre ese cuerpazo, abrazado por los brazos fuertes y calientes de ese hombretón, con su jodidamente enorme polla metida dentro de su culo. Se giró. Necesitaba el contacto de su cara, de sus labios, echarse el aliento el uno al otro, escuchar sus gemidos, sentirlos muy adentro. Si la polla se escapaba del interior de su agujero, Valentino la reconducía con los deditos hacia el lugar donde debía estar, dentro de él.
Si algo sabía Valentino, era sacar la máxima potencia al rabo de un tio y para eso había una postura infalible, la de poner al activo acurrucado, con las piernas flexionadas hacia el pecho, ponerle firme la verga hacia arriba y sentarse encima de ella. Esa postura era casi un espejismo que hacía entender a la mente humana algo que no estaba sucediendo. Parecía que era el pasivo el que se follaba al activo, pero era justo al contrario y hacía que la polla alcanzara su máximo esplendor, su máxima dureza y tamaño.
Después de eso, Valentino se dejó amar. Se tumbó y disfrutó del cuerpazo de Guillaume sobre su cuerpo, en posición de flexiones, follándole a pelo. Qué atractivo era, qué bueno estaba, qué bien la metía. Valentino sabía sacar partido al tamaño de una polla y también a todo su jugo. Con su cara guapetona, le bastaba abrir la boquita y sacar la lengua para que los tios se vinieran arriba y se desalojaran los huevos encima de su jeta.
Tras un largo e intenso gemido de Guillaume, no tardó en salirle la leche a trompicones, mojando todo a su paso, dejando la barba y los morros de Valentino llenitos de lefa. Un buen pegote se le quedó en la mejilla y sintió cómo iba resbalando por los pelos. Mirando atentamente cómo ese tio se pajeaba la polla y se corría encima de su cara, Valentino se cascó la suya.