El rubio tenía hambre de polla. Kosta Viking se deshizo la goma de la coleta para que Pol Prince le agarrara por los pelos y le obligara a comérsela. Estar de rodillas delante de un tio tan guapo y espectacular como ese, no era una humillación, sino un placer divino. Se dejó manejar la cabellera, cabeceando, sintiendo cómo ese palo grande y duro se le clavaba más allá de la campanilla.
No era su boca la única que estaba hambrienta, sino también su culo. Con el calentón que llevaban los dos, Kosta agarró una toalla que tenía cerca y se tumbó bocarriba sobre la roca plana del estanque del patio de la casita rural. Se abrió de piernas y dejó pasar a Pol sin condón por la puerta trasera de su habitación oscura. Le encantó ver a ese chulazo en acción, con su musculado torso, marcando abdominales, sus hombros anchos, grandes, dando paso a unos biceps fornidos.
Pol se volvió loquito penetrándole a placer, le asió la polla y se la masturbó, hizo que se corriera y bajó a comerle la polla con todo el semen encima, mirándole a los ojos, seduciéndole con los morros llenos de su leche. Para darle tiempo a que recuperara el vigor de su polla, se lo folló dándole por culo y, en cuanto vio que se le ponía durita de nuevo, fue él quien ocupó su lugar sobre la roca, abierto de piernas, para recibir lo mismo que él le había dado.
Para Kosta fue todo un placer meter su larguísima picha, hundirla entre esas nalgas de culazo de futbolista, redondito, blanco. Pol se encogió de gusto, disfrutando de esa larga vara recorriendo sus entrañas y se calzó un pajote que terminó de definir sobre la carita del rubio, desperdigando toda su lefa por encima de su bonito rostro vikingo.
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