Uno no se convertía de la noche a la mañana en el terror de las nenas. Tener un cuerpo fornito y cultivado implicaba comer bien y un esfuerzo en el gym, pero la carita ya la traía uno de casa y la de Phillipe Massa era la de un chavalote guaperas, varonil y con una pintaca de empotrador que abría piernas, mojaba bragas y empalmaba rabos allá por donde pasara.
En las duchas era la envidia de todos los hombres. Biceps duros como la roca, pectorales prominentes con esas tetillas que miraban hacia abajo y que se le ponían firmes al contacto con el agua fría, un torso firme como una tabla de planchar pero ondulado, marcando abdominales y que tanto le gustaba rozarse con las palmas de las manos, mientras el agua se llevaba la espuma hacia el suelo.
Su culazo, grande y apretado, era irresistible hasta para el hetero más convencido, que estaba deseando que se agachara a por el jabón para verlo desplegado en su máxima potencia. Y como todos los chicos, acababa pajeándose en las duchas y muchos tios estaban deseando compartir ese tiempo íntimo con él, porque ver su falo empalmado era todo un espectáculo para la vista.
Tenía un pene enorme, grueso y duro, pero lo que le hacía diferente y más excitante frente a la competencia, que sin duda en un instituto había y mucha, era la cantidad de venas que lo recorrían, tropezones de diversión para boquitas traviesas. Su pellejo, recubriendo parcialmente su cipote incluso estando completamente duro, invitaban a arrodillarse y mamar, descubriendo su imponente glande con los labios.
Cuando Phillipe entraba en las duchas, el semen de montones de tios se arremolinaba en el desagüe.