Con un determinado aire británico en la mirada y en el semblante, Brad Hunter se presentó en la habitación en chándal. Le sentaba estupendamente, hasta parecía un entrenador con el que uno se hubiera metido a posta en los vestuarios para hacerle un favorcito, pero Ben tenía preparado para él una evolución de hombre a adolescente, a uno que todavía llevara la magia de la Navidad y de los Reyes Magos en lo más hondo.
Para vestirse de lo otro, primero tenía que desnudarse. Al quitarse la chaqueta y la camiseta de manga corta que llevaba debajo, dejó al descubierto su torso delgadito y blanco pero atlético, toda una tabla de planchar, sin estar demasiado musculado pero destacando lo justo pectorales y abdominales como para desear meterse en su cama.
Una sonrisa se le dibujó en la cara cuando cambió los pantalones por unos calzones largos navideños, por el gorrito de Papá Noel y un peluche de koala con el que decidió taparse las vergüenzas cuando se bajó los gayumbos. Al retirarlo, seguro que la espalda del koala estaría bien caliente, pues un rabaco largo y gordo destacaba como un trípode entre sus piernas. Y eso que todavía estaba morcillón.
Se dio la vuelta y se puso de rodillas apoyado en el borde de la cama. Su culito blanco, suave y redondo tenía una buena hendidura en la raja, una en la que apetecía perderse con los morros y con la polla. Al darse la vuelta, ahí estaba, jodidamente enorme, como si fuera el monumento Washington, tan largo y gordo como un antebrazo, su magnífico pollón completamente duro, un poquito más fino por la punta para metértela bien y luego super grueso de la mitad hacia la base para rellenarte el ojete de rabo.
De nuevo se puso el peluche en la polla, haciendo de soporte, haciéndonos desear ser koalas. Brad se cubrió con las luces del árbol de Navidad haciendo destacar cada zona de su cuerpo, empujando con el pulgar su vertiginoso mástil hacia adelante. Con este Santa Claus, nunca era tarde para hacerse versátil, blandiendo su dulce culito blanco y dejándose empalar por su enorme polla.