Ojos bonitos, preciosa sonrisa, cuerpazo varonil y musculado, Fenix Art era como un caramelo a la puerta de un colegio, tentador. Para qué iba a mentirse a sí mismo Guido Plaza, estaba deseando que ese guaperas le cogiera por detrás y le hiciera suyo, se derritió cuando se sacó la remera sin mangas y se fijó en sus sobacos peludetes bajo unos biceps fornidos que apetecía que te abrazaran fuerte para no soltarte jamás, pero si quería hacerle un buen casting y saber si servía para esto, tenía que ponerle en varias tesituras dignas de un actor pro.
Lo bueno de conocer a un tio mes que nunca sabes de qué palo va y todo son sorpresas. Guido se sacó el rabo de los calzones. Iba dotadísimo y su pija se meneó como un flan colgando entre sus piernas, larguísima y morenota. No esperaba que la reacción de Fenix fuera darse la vuelta de rodillas mirando hacia el respaldo del sofá y meneara su trasero, ahí con las bolas y el pene colgando entre las piernas. Apetitoso.
Lo de masturbar pollas con la boca se le daba de lujo al ladrón. Le robó el palote escupiéndole encima y mamándoselo, dándole un beso de tornillo con su miembro dentro, abriendo la boca para jalar más trozo de rabo hasta atragantarse, hasta que a Guido se le puso completamente dura y el rabo le rellenó toda la boca. Sabía que lo estaba disfrutando, por los gemidos que profería, por esos ojos que se le ponían en blanco cada vez que se la zampaba. Menudo mamón.
No era lo que estaba planeado. Se suponía que por la apariencia de ese tio, Guido iba a acabar poniendo el culo, pero se había encontrado con un juguetón profesional, un experto come pollas que s ela estaba dejándo húmeda y preparada para meterla por ese culazo blanco que se estaba pavoneando a la vista de Guido, como si hablara sin emitir sonidos, sólo con su movimiento, «follame, métemela enterita«, le susurraba contoneándose.
Fenix se colocó del revés en el sofá, con la cabeza en el asiento, la espalda hacia arriba y el culo en el cabecero. Se agarró las nalgas con ambas manos y las desplegó enseñándole la perfecta hendidura en su raja en la que Guido dejó descansar su rabo, frotándolo por encima, sacudiéndosela y palmeando ese agujero. Guido encontró un punto de apoyo en el respaldo del sofá, al que subió la pierna, apuntó con su rabo hacia el agujero y se la metió enterita sin condón haciéndole gemir de placer.
La boquita de ese guaperas, perfilada por esos pelitos de color castaño en el bigote, la barba y la perilla, con esos labios rosáceos y húmedos, semiabiertos, exhalando todo el gusto que sentía al ser follado, esas kiraditas que le echaba de vez en cuando con sus ojazos claros, encabronaron mucho más a Guido, que metió la quinta marcha para rebanar ese culazo tragón.
Luego hablaría con el director, le mentiría diciendo que necesitaba una senguda toma, pero Guido ya tenía clarísimo que ese chulazo se quedaba sí o sí, lo que quería era un segundo encuentro para comprobar si como activo también daba la talla igual que la estaba dando ahora, poniéndose para él a cuatro patas en el sofá, disfrutando como un enano con una buena verga fusilándole la retaguardia, resistiéndose de gusto mordiéndose el labio inferior de las ganas.
La intención de Guido al sacarla y meneársela era correrse en su agujero, dejarle un buen lechal. Sí, todo hombre va cargado de buenas intenciones cuando se trata de correrse encima, pero una cosa es pensarlo y otra muy diferente es cumplirlo. La leche salió disparada hacia todas partes menos hacia donde él quiso. Espalda, nalgas, dedos de la mano, todo quedó cubierto de semen y apenas algún meco se coló posándose sobre los pelos del agujerito.
Daba igual, si de primeras no había caído, él haría que sucediese. Recogió el esperma con su mano, viscoso, observando cómo resbalaba por sus dedos como blandiblú y lo metió dentro del ojete, dedo a dedo. Entonces Fenix se dio la vuelta, lo tumbó bocarriba en el sofá y el muy cabrón le folló. No se la había visto todavía, pero la tenía larga, gorda y bien dura. Además era buen amante, culeando con esmero, besándole la pierna mientras se lo zumbaba.
Le encantaban los tios así que no sabía de qué palo iban, que hacían lo que les salía del nabo según las circunstancias, que de repente te daban una cara y luego ponían otra, como estar con dos hombres distintos en la cama. Ya no era ese chaval con la boca entreabierta dejándose follar, ahora se habñía convertido en un cabronazo empotrador que la metía certera por el agujero.
Casi le preñó, pero casi. Vio cómo se sacaba esa larga polla aplatanada y nada más salir de su interior la leche escapaba por su cipote mojándole las bolas, luego chorrazos a presión como si fuera una fuente, desperdigándolos por el pene de Guido, por su puño que todavía s ela estaba meneando, por encima de su cuerpo. Menuda paja se estaba haciendo, le estaba soltando una corrida sobresaliente y lo mejor es que la estaba gozando. Todavía recuperándose, le metió a Guido de nuevo el rabo por el culo y se quedaron ahí juntitos, besándose y unidos.