Todavía juguetón como un niño encerrado en un cuerpo de hombre, Ethan O’Pry todavía no es consciente de lo bueno que está. Verle en la ducha es todo un regalo. Por detrás ese culazo de futbolista. De perfil esa larguísima polla que apunta hacia la pared a medida que se le va poniendo durita. Frontalmente es un caramelito. Musculoso, atlético, guapo y hasta cuando lo tiene flácido su rabo es un portento.
Juega por el baño a los pistoleros, agarrándose la polla erecta y haciendo con que mata a los malos a balazos. Lugo se mete de nuevo en la ducha, deja aparte al niño que llevo dentro y saca al hombre, imaginando que a sus pies hay un tio de rodillas, con la cara enfrente de su verga. Menea las caderas y le da una de pollazos. Bandea su rabo de lado a lado de las caderas, orgulloso del tamaño de su miembro.
Cualquier momento y cualquier lugar es bueno para cascársela. El suelo está calentito y mullido, perfecto para reposar el culo, abrirse de piernas y gozarla. Pero mejor hacerlo cómodamente en una silla. La coloca justo a la entrada del baño y se masturba a conciencia. Le gusta ver sus músculos, sentir el poder de sus abdominales, tenerla tan larga que puede machacarse la polla metiéndose una buena paja.
Como siempre, en un cinco contra uno, al final el que está en inferioridad pierde, no importa cuando leas esto. Cuando eso ocurre, Ethan se descompone y se deja llevar por el puto gusto. Estira las piernas, los pies se le ponen tensos mirando hacia arriba, entra en una especie de catarsis en la que se revuelve encima de la silla, un gusto indescriptible le recorre la columna hasta la nuca y su polla termina expulsando unos buenos chorrazos de semen, el primero largo hacias su pectoral y el resto con menos potencia quedándose entre sus dedos, sobre los pelos negros de la base de su polla. Sigue saliendo lefa, brotando de la raja de su capullo rojizo, con ese pegote que se resiste a caer. Se la estruja hasta que observa cómo ese último goterón resbala por el cipote y por su corrido miembro viril.