Grey Gold llevaba escuchando de bocas de sus compañeros la ansiada hora de la paja desde hacía tiempo. No les estaba permitido hablar de ello en demasía, pero era inevitable que de vez en cuando se escapara algún comentario y pronto Grey descubrió que era un momento íntimo, inolvidable y alucinante que sucedía en una habitación blanca apenas veinticuatro horas después de haber sido admitido en la congregación y que te abría la mente a todo un mundo nuevo.
Llegado el momento, Grey pasó a un cuarto con su instructor asignado James Fox. Ciertamente el cuarto era blanco en todos sus aspectos, reflejando la inocencia, la pureza, la virginidad. Hasta se habían preocupado por tapar el sofá con una sábana del mismo color. James indicó a Grey que se desnudara quedándose en ropa interior, que se sentara en la silla y que pasara las manos por detrás del respaldo de la silla.
Se las ató y ese hombre apuesto se inclinó a su lado, quizá demasiado cerca de su cara, alargó una mano y empezó a sobarle la polla por encima de los calzones sin dejar de mirarle a los ojos, intimando con él. Así mque ese era el tan ansiado momento, la hora de la paja, donde un tio al que apenas conocías de nada te agarraba la polla y te la pelaba hasta que te corrías de gusto.
Grey no era de piedra y en su juventud llevaba la penitencia. Pensar en sexo como el resto de chicos de su edad hacían casi el cien por cien del tiempo, enseguida se la ponía firme. Para cuando su instructor le sacó la polla por el agujero de la bragueta de los calzones, ya la tenía durísima y se la estaba agarrando con mano firme, arrastrando el pellejo del rabo hacia arriba y hacia abajo con buen pulso.
Grey cerró los ojos y disfrutó del momento. Se le hacía extraño no disponer del control sobre su rabo, sentir el apretón de otra mano que no fuera la suya, a la que estaba acostumbrado todos los días. Ese tio sabía lo que se hacía y hubo momentos en que le llevó al límite. Aplicaba diferentes presiones con la mano, otras se lo acariciaba por la superficie, por delante, del revés, haciendo de la paja un arte.
De pronto James se levantó y confesó a Grey lo dura que se le estaba poniendo. Se quitó el cinturón de los pantalones y se la sacó por la bragueta. Grey nunca había tenido una polla erecta tan cerca de él en su vida. Miró a su instructor, intentando descifrar qué quería que hiciera ahora. Cumplió la orden por instinto nato. Ya con las manos desatadas, cogió el miembro de James, se lo masturbó atornillándolo pausadamente y se arrodilló para chupárselo.
Se sorporendió a sí mismo del hambre que le entró. Él que nunca se había comido una polla, siempre había soñado cómo sería por primera vez, si le entrarían arcadas o si le gustaría. Vaya que si le gustó. Nada más tener el cipote durísimo entre sus labios, el resto del falo entró de seguido hasta la garganta y empezó a mamar con gusto tragándosela entera a cada cabezazo.
Le gustó tanto que hizo sitio en la garganta para esa verga y se autoflageló intercambiando un ratito sin respiración por tener esa polla dura bien adentro y la barbilla aplastando los cojones de ese hombretón. Grey supo que aquella no iba a ser una simple hora de la paja, sino que esa habitación iba a convertirse en el lugar donde se convertiría en hombre.
Dio la espalda a James, se inclinó un poco abriendo las piernas ligeramente y tras recibir una agradable comida que le dejó bien abierto el agujero de su virginal culito, su instructor fue el primero en calzársela dentro del ojete. Notó su miembro duro abriéndose paso a través de las paredes de su ano, sus pelotas calentitas chocando entre sus muslos.
Una vez perdida la virginidad, aprendió a disfrutar, a pedir que le diera más duro, a comportarse como el animal que llevaba escondido dentro. James seguía zumbándoselo, dándole por culo, perdiendo prendas de ropa mientras desvirgaba al chaval y se enorgullecía de ello. Tanta responsabilidad acabó con una buena preñada. Al sentir el flujo de semen, en lugar de salir del interior de su esfínter, lo enculó más fuerte y se corrió dentro de él, con mucho gusto, sintiendo el calor de esas paredes apretaditas que apretujaban su polla sin remedio.
Al sacar el rabo, morcillón y ahora más blandito, empapado en semen, observó la respuesta del culazo del chaval. Tenía el esfínter contraído, todavía recuperándose de tamaña polla y en cuanto se relajó, un chorrete blanco apareció por su agujerito y cayó hacia abajo colgando. James se puso tan cachondo con esa guarrada que avanzó un paso hacia adelante y se la volvió a enchufar por detrás para que ese caldo caliente no se desperdiciara en vano.