A veces me decanto por las habitaciones oscuras, pasadizos por los que apenas se ve en penumbra, en los que manos de desconocidos tocan tu cuerpo sin permiso, pues ya lo has dado al entrar por la puerta. Manos fuertes que me agarran, que desgarran mis vaqueros, que me obligan a ponerme de rodillas, hombres que me dan rabo y me entregan su leche.
A veces me decanto por las habitaciones blancas, en concreto ese pasillo en el que sé que Ray Crosswell me está esperando al fondo. Acabar allí tras una dura jornada de trabajao me da la vida y al ver su silueta se me remueve todo por dentro y me siento la persona más feliz. Los pantalones ligeramente bajados, dejando a la vista el contorno de su precioso culazo, su cuerpo definido y ese tacto suave que ya puedo acariciar con las manos cuando ni siquiera todavía lo he tocado, su pelazo engominado y esos ojos que me llevan a otro mundo cargado de placer.
Una mirada que me causa emociones encontradas, que me calma, que me pone cachondo, todo a partes iguales. Se baja los pantalones y se queda completamente desnudo al fondo del pasillo. Hay más hombres en el lugar, pero él sabe que es mío y yo soy de él, de nadie más. Se da la vuelta y se gira hacia mí. Agacha la cabeza haciendo ese gesto que me invita siempre a pasar a la habitación para divertirnos juntos.
Mientras llego, se sienta en un mueble que hay cerca y se le va poniendo dura. Lo que antes era un rabo flácido, va cogiendo forma y enseguida despunta hacia arriba, cargando hacia la derecha. Todo eso por mí, porque sólo con mirarnos es como si ya pudiéramos sentirnos, recordando el día anterior y todo lo que disfrutamos. En unos segundos estará en mis brazos, estaremos unidos y yo dentro de él, perdiéndome en la tormenta de esos ojazos.
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